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Juan Antonio Cabrera Montero

Francisco: para mayor gloria de Dios

Encontrará enemigos dentro y fuera de la Iglesia, pero tendrá a su lado a quienes han pedido a Dios que bendiga su pontificado.

Encontrará enemigos dentro y fuera de la Iglesia, pero tendrá a su lado a quienes han pedido a Dios que bendiga su pontificado.

La expectación fue grande y duró poco. La tercera fumata de este cónclave fue blanca y la Iglesia tiene ya un nuevo Papa: jesuita y argentino. Hace pocas horas comentaba en estas páginas que los cardenales no votan a ciegas, y en este caso parece que han querido transmitir un mensaje claro: la Iglesia no es solamente europea y su gobierno puede ser ejercido por un religioso. Dos aspectos que marcarán el pontificado del primer Papa que toma el nombre de Francisco. El hecho de ser americano hará que a partir de ahora miremos hacia América o mejor, las Américas con otros ojos y las tratemos y conozcamos en modo diferente. Su condición de jesuita, por otra parte, enriquecerá al ministerio petrino con un carisma peculiar, el de la vida religiosa. 

Hace pocos días, durante un viaje a Argentina, me comentaban que su entonces arzobispo, el cardenal Bergoglio, es afable aunque algo tímido. Yo, no obstante, preferí quedarme con otro dato: sus homilías suelen ser breves, muy breves. Este dato, que puede parecer intrascendente, dice mucho acerca de la inteligencia y la sabiduría de un pastor: hay que tener claro lo que se quiere decir y saber cómo decirlo.

Esta tarde ha sido fiel a su estilo, si bien es cierto que este tipo de saludos, iniciados por Juan Pablo II –anteriormente el nuevo pontífice se limitaba a impartir la bendición–, suelen ser breves. A la lógica referencia a su proveniencia lejana añadió un recuerdo a su predecesor, a quien ya ha llamado y con quien se encontrará en los próximos días. El recuerdo ha sido tal y como lo quería Benedicto XVI: ha rezado por él.

A continuación ha pasado directamente al mensaje central: el nuevo obispo de Roma, pastor de esa iglesia que preside en la caridad, quiere caminar junto al resto del pueblo de Dios que le ha sido encomendado. Lo quiere hacer, ha señalado, en términos de fraternidad, amor y confianza. Después ha llegado el momento más impactante de su primera aparición. Antes de impartir la tradicional bendición ha pedido a los fieles que rezaran primero por él para que Dios le bendijera. El silencio en la Plaza de San Pedro ha sido total, y les habla uno que allí ha estado presente. Un gesto de humildad, de saberse necesitado de la ayuda de Dios y del resto de la Iglesia para ejercer adecuadamente su ministerio. Resuenan, cómo no, las palabras de san Agustín:

Para vosotros, obispo; con vosotros, cristiano.

Es pronto para hacer juicios de valor sobre cómo será el pontificado de Francisco, los habituales profetas de desventuras ya han comenzado su tarea. La labor del nuevo Papa no será fácil, encontrará enemigos dentro y fuera de la Iglesia, pero tendrá a su lado a quienes junto a él han pedido a Dios que bendiga su pontificado, porque no es suyo, pertenece a todos.

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