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Cristina Losada

Cataluña y su referéndum de juguete

Una política de adultos y para adultos no puede aceptar que la separación de Cataluña de España sea objeto de encuesta en alguna clase de urnas.

Una política de adultos y para adultos no puede aceptar que la separación de Cataluña de España sea objeto de encuesta en alguna clase de urnas.

El derecho a decidir es el derecho de autodeterminación recubierto de azúcar. Como nunca hay suficiente edulcorante para el paladar infantil, la pastelería nacionalista tiene algo aún más dulce en Cataluña. Es el derecho a decidir que tenemos derecho a decidir. En otras palabras, la consulta sobre la consulta. En términos más precisos, un referéndum consultivo. Esto es una milhoja de puro merengue. ¿Cómo se va a rechazar que el pueblo exprese libremente sus preferencias en una consulta que no es vinculante, que sólo se propone saber qué quiere la gente? Tal es el núcleo del anhelo y el lamento de los convergentes. Y la trampa para elefantes con debilidad por la glucosa.

La secesión no es asunto para una consulta de sondeo, para una encuesta como la que pregunta si uno prefiere la Fanta o la Mirinda. En ese sentido se ha pronunciado el político canadiense Stéphane Dion, que acaba de estar en España y ha dejado, como suele, algunas ideas claras; no en vano fue el impulsor de la Ley de Claridad. Dion dijo lo siguiente sobre los referendos independentistas: "No deben hacerse para descubrir qué puede pensar la gente". Ah, dirá el elefante de antes, ¿entonces qué sentido tienen los referendos consultivos? Y respondemos los gallegos: eso depende. En el caso de la secesión, su único sentido es servir de combustible para avivar el fuego. De ahí que sea la fórmula ideal para el nacionalismo que juega a dos bandas. Está convencido, y con razón, de que una consulta arroja más partidarios de la separación que una votación vinculante.

Naturalmente. Porque no es lo mismo opinar que decidir. No es lo mismo decir que sería bonito dejar de trabajar, que dejar el trabajo. Uno se lo piensa antes de tomar una decisión trascendente, que no tiene vuelta atrás. Pero cuando sólo se nos pide que expresemos un deseo, no solemos enredarnos en una laboriosa evaluación de ventajas e inconvenientes. No hemos de pensar necesariamente en las consecuencias. Una consulta-sondeo permite eludir las consecuencias. Es una carta a los Reyes Magos. Se echa en el buzón y ya se verá si le ponen al niño la Playstation o le dejan un kilo de carbones. A la vista del carbón, el niño coge una rabieta y se arma la monumental, que es de lo que se trata en nuestro caso. Una política de adultos y para adultos no puede aceptar que la separación de Cataluña de España sea objeto de encuesta en alguna clase de urnas. Pero el mundo adulto no es el que ha elegido Artur Mas. Él quiere su referéndum de juguete.

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