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Jorge Alcalde

Jordi Évole me pone enfermo

Querido Jordi, a veces hay que decidir del lado de quién nos ponemos cuando avalamos una idea. Yo elijo el lado de la medicina y de la ciencia.

Querido Jordi, a veces hay que decidir del lado de quién nos ponemos cuando avalamos una idea. Yo elijo el lado de la medicina y de la ciencia.

No, no me refiero a él, admirado y premiadísimo periodista que ha recuperado para la televisión el formato de docu-denuncia, con todas sus luces y todas sus sombras, y con el que dicen que, además del nombre, comparto cierto parecido físico. Lo siento, Jordi, algo malo tenías que tener.

Lo que ocurre es que, desde que hace unas semanas se emitiera su especial Salvados sobre la industria farmacéutica, no han dejado de llegarme cartas, llamadas de teléfono, mails de médicos, pacientes e investigadores que están que trinan. Crece en las consultas el número de enfermos que acuden al médico preguntando si es verdad lo que dice Jordi. Como si la emisión del reportaje nos hubiera puesto a todos un poquito más enfermos.

¿Y qué dice Jordi? Bueno: él dice sin decir. Más bien hace que digan otros o maneja con sutileza el género de la repregunta y la edición postproducción para que parezca que digan que la industria farmacéutica se inventa enfermedades, que las relaciones entre las empresas fabricantes de medicamentos y los médicos son más estrechas de lo que éticamente resulta permisible, que los médicos recetan bajo presión del capital, que los medios de comunicación alentamos la sensación de que estamos más enfermos de lo que realmente estamos para hacer el caldo gordo a los pérfidos vendedores de pastillas...

Es decir, que entre todos somos unos promotores de la enfermedad, idea nada nueva que ya propusiera William James en 1894 y que sirvió a la periodista Lynn Payer para hacerse de oro vendiendo su libro sobre el tema en los años 90. Ella lo decía en inglés (disease mongering) y lo definía como el empeño de la industria de tratar de convencer a la gente sana de que está enferma y a la enferma de que está más enferma. El documental de Évole bebe mucho de esa idea de Payer, 20 años después.

Los que tienen la paciencia de seguir estas columnas en Libertad Digital saben que soy de la legión de quienes piensan que sin industria médica no seríamos ni la mitad de lo que somos. Si vivimos en un mundo en el que la esperanza de vida al nacer es más alta que nunca antes en la historia, en el que enfermedades que antes mataban hoy son meros acompañantes benignos, en el que lo raro es que un niño muera en el parto (y no lo contrario, como antes), en el que miramos a los ojos cara a cara a algunos tipos de cáncer, en el que un virus asesino como el VIH puede ser controlado... es gracias a que hay empresas que se dejan miles de millones de dólares en el empeño.

Y sí, esas empresas, además, tienen la mala costumbre de querer recuperar el dinero invertido y, si pueden, ganar algo. Es más, en la actual coyuntura, en la que los estados andan con las arcas que dan pena, muchas líneas de investigación sólo son posibles con la cobertura de una marca que las financie.

En su programa, Jordi Évole no tuvo tiempo para entrevistar más que a una decena de representantes de la cosa médica nacional. No le cupo, por eso, el testimonio de los miles de médicos que practican su trabajo por vocación, que reciben centenares de miles de pacientes en sus consultas y que se mantienen al día (en uno de los sistemas de mayor exigencia de calidad del planeta) gracias a cursos de formación constantes impartidos, sí, por la industria farmacéutica. Lo hacen y lo harán mientras los cursos de formación no sean gratuitos y pagados por el Estado (cosa que, entre ustedes y yo, espero que nunca ocurra. Puestos a elegir quién decide de qué voy a enfermar, prefiero que no sean los políticos).

Existe en psicología un conocido sesgo cognitivo que a todos nos aqueja. Cum hoc, ergo propter hoc (con ello, luego a causa de ello). Tendemos a creer que cuando dos cosas ocurren juntas, una es consecuencia de la otra. Jordi, en su gran documental, hace ver que el hecho de que los médicos se formen en cursos patrocinados por una marca farmacéutica condiciona su libre decisión terapéutica en consulta. Pensar eso, aparte de un flagrante insulto a la profesión médica, sería como pensar, dios nos libre, que el hecho de trabajar en La Sexta (emisora de reconocido ideario izquierdista) condiciona la libertad de Évole para exponer la realidad que halla en sus investigaciones.

La relación entre la industria y la clínica aparece de manera espontánea donde uno quiera mirar. Lo recordaba el otro día mientras visitaba la unidad Ciberknife del Instituto Madrileño de Oncología. Allí, el doctor Rafael García aplica una técnica pionera de radioterapia a pacientes con cáncer. La radioterapia es una estrategia complicada. Si se irradia a un paciente para atacar un tumor se corre el riesgo de dañar el tejido sano que lo rodea. De hecho, se daña. Por eso hay que reducir la intensidad y la cantidad de las sesiones, en ocasiones en perjuicio de la propia curación. Ciberknife es un robot que localiza el área tumoral y lo sigue (como si fuera un misil guiado) allá donde vaya. Incluso en órganos que no se pueden inmovilizar, como los pulmones que respiran espontáneamente, el aparato ajusta su diana a la zona que hay que curar: reduce el daño de los alrededores y permite que la terapia se haga más veces y con mayor intensidad. Ciberknife salva vidas. Pero aún es un gran desconocido en la sanidad española. Está en un centro privado, sí, pero empiezan a derivarle pacientes del sistema público. El centro donde se practica pertenece a una compañía privada, el fabricante es una empresa que cotiza en el Nasdaq, cuenta con un importante departamento de comunicación y un buen número de accionistas... pero también es un aparato que salva vidas. ¿Qué hay de malo en ello? Por cierto, si Ciberkinfe invirtiera parte de su dinero en spots publicitarios en, por ejemplo, la Sexta, quizás sería más conocido entre los médicos del sistema público y más pacientes sin seguro privado podrían beneficiarse de él... ¡Qué malo es el mercado libre!

El otro día una pediatra que se deja la vida en un modesto centro de salud público me decía que le llegan muchos padres acongojados por el programa de Jordi. Sus hijos sufren transtorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), esa "enfermedad que dicen en La Sexta que se la han inventado los médicos para recetar más pastillas". Es curioso que en la consulta de esta doctora, como en la media de todas las consultas de este tipo, al 40 por 100 de los niños con TDAH no se les medicalice: reciben terapia cognitivo-conductual y psicopedagógica. Pero esos no interesan porque no parecen ser "víctimas de la pérfida industria". Como tampoco interesa decir que está demostrado que, en los casos de niños erróneamente diagnosticados, la medicación no hace ningún efecto. Cuando el diagnóstico es correcto, el tratamiento farmacológico demuestra resultados espectaculares incluso en la primera semana.

Los médicos suelen tomar sus decisiones por un proceso llamado medicina basada en la evidencia. Se decantan por una estrategia u otra según el corpus de evidencia que cada una pueda presentar. En la cúspide de la credibilidad están los estudios clínicos realizados entre cientos o miles de pacientes y supervisados por docenas de expertos. En la parte más baja se encuentran las opiniones personales bajo los focos de la televisión, aunque sean de expertos eminentes. Lo malo es que al ciudadano le pasa lo contrario: lo que sale en la tele tiene mucha más autoridad que cualquier revisión de mil ensayos clínicos.

Aun así, los datos terminan por aflorar. Desde que la industria farmacéutica vende masivamente vacunas en Estados Unidos (y se forra con ello, claro), los casos de difteria han caído un 99,9 por 100, los de gripe un 99, la hepatitis A un 91, los de sarampión un 99, los de neumonía un 74, los de rubeola un 99, los de viruela el 100 por 100. El número de vidas salvadas compensa con creces el de millones de dólares ganados. Pero para que la vacunación llegara a ser efectiva hicieron falta inversiones gigantescas en concienciación, campañas de información a los médicos, formación al personal sanitario, presión a las autoridades sanitarias... a cargo de las compañías fabricantes. ¿Y qué?

Hay otro modo de hacer las cosas. Podemos no gastar dinero en informar. Podemos hacer como en Pakistán. Allí la campaña de vacunación contra la polio fue bloqueada en 2007 después de que un grupo de fanáticos religiosos publicara un texto en el que se aseguraba: "La polio es en realidad una enfermedad inventada por los Estados Unidos para enriquecerse y esterilizar a nuestros hijos". El número de niños muertos y aquejados de invalidez severa ha aumentado exponencialmente. O como en el norte de Nigeria, donde se dejó de vacunar a la población infantil en 2003 y 2004 cuando cundió la idea de que las vacunas estaban contaminadas con VIH para matar a los niños. La idea la propagó, asómbrense, un médico, el presidente del Consejo Supremo de Nigeria para la Sharia.

Todos estos movimientos radicales se nutren de argumentos como los del disease mongerin de Lynn Payer (inspiración lejana del programa de Évole). La propia Lynn es hoy utilizada permanentemente por grupos activistas de todo tipo: desde organizaciones antiglobalización a ligas contra la psiquiatría financiadas por la Iglesia de la Cienciología. Por desgracia, ella no ha podido ver cómo su nombre y sus argumentos han ayudado a propagar las más variopintas creencias anticientíficas. Murió hace una década a causa de (dios mío, por qué son tan crueles los guionistas de la vida) un cáncer prematuro.

En la Universidad de Córdoba han colgado un cartel anunciando un curso intensivo de Homeopatía Veterinaria. Entre quienes lo imparten se encuentra doña Coral Mateo, presidenta de la Sociedad Española de Homeopatía Veterinaria. No creo que mi tocayo Évole la entrevistara para su programa porque la homeopatía está entre las prácticas libres de la sospecha del atroz neoliberalismo médico. Pero esta señora se gana la vida regentando una clínica veterinaria que espero sea muy rentable e impartiendo cursos y charlas, por los que espero que cobre. En su página web utiliza como argumento de venta para sus ideas lo que sigue:

En las universidades españolas ya se imparten cursos de homeopatía veterinaria, anímese: no se quede usted atrás.

Si llevo 1.747 palabras justificando que la empresa privada se promocione en el sistema de salud, no voy ahora a criticar a doña Coral por aprovechar su curso para vender el pescado propio. Pero resulta que esta facultativa es conocida (según descubren en Naukas) por tener una visión del cáncer digamos que peculiar.

En declaraciones al grupo de divulgación de la pseudociencia Discovery Salud, la señora Mateo dice, por ejemplo que "destruir los tumores de los enfermos es un sinsentido". Asegura que está científicamente demostrado que los tumores son acumuladores de tóxicos del organismo y que no hay que eliminarlos. "Por eso atacan lugares del cuerpo prescindibles, como el útero, las mamas, los ovarios, nunca el corazón". Y remata:

El cáncer son toxinas provocadas por el sufrimiento, el estrés... se cura cambiando de estilo de vida.

La fobia a la farmacia produce monstruos. Hombre, ni esto es la Biblia ni yo soy quién para decir "o se está conmigo o se está contra mí". Pero, querido Jordi, a veces hay que decidir del lado de quién nos ponemos cuando avalamos una idea. Yo elijo el lado de la medicina y de la ciencia. Mañana tengo cita para hacerme una gastroscopia, espero que al médico que me atienda le haya pagado un buen puñado de cursos la empresa que fabrica el Propofol con el que piensa sedarme.

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