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Antonio Robles

'Aturar l'invasor'

¡Treinta años tomando el pelo a sus bases socialistas de lengua y cultura españolas y aún confían en seguir tomándoselo!

¡Treinta años tomando el pelo a sus bases socialistas de lengua y cultura españolas y aún confían en seguir tomándoselo!

Entre la portada de El Punt Avui, "Parar al invasor", del pasado martes, a propósito de la Ley Wert, y la propuesta del PSC de reformar la Constitución para ir a un Estado federal hay una diferencia formal: los primeros utilizan lenguaje bélico y los segundos, mantequilla. Ya saben, la de Marlon Brandon en El último tango en París. Los primeros nos llaman invasores y buscan el desprecio del resto de los españoles para alimentar a su parroquia y los segundos lubrican su faena para hacerla indolora en un intento de hacerla pasar inadvertida.

¿A quién querrán engañar a estas alturas? Pedir que sean los tribunales superiores de cada comunidad autónoma la última instancia del poder judicial en España es nacionalismo puro y duro, el paraíso soñado de las sagas familiares corruptas amamantadas por el pujolismo. Por cierto, la pretensión ya fue declarada inconstitucional por el TC en la reforma del estatuto.

Exigir competencias exclusivas en educación, lengua propia y cultura es intentar colar la exclusión que ahora apoyan y los tribunales condenan. Tampoco esto logró salvar la reforma del estatuto. Lo más curioso es que lo hacen en nombre del pluriculturalismo y el plurilingüismo de un Estado plurinacional. Palabras para envolver; aunque desvelan más que encubren. Son demasiados años de eufemismos. Ocurre en este caso como con el concepto de integración. Se hinchan a utilizarlo cuando en realidad lo que practican a diario es la asimilación, es decir, la eliminación de las señas de identidad y los derechos de los que no comulgan con el ideario nacionalista. En este caso, habrían de hablar de multilingüismo, pues a eso es a lo que quieren llegar, pero tomando a Cataluña como una única identidad frente al fantasma de una identidad española que sólo está en sus obsesiones. En un caso y en el otro.

Pretender convertir a España en una nación de naciones busca legitimar las aspiraciones insolidarias a la asimetría fiscal, exigida por los nacionalistas. ¿Qué nación dejaría de tener derecho a poseer su propio sistema fiscal? ¿Qué nación se rebajaría a renunciar a las relaciones bilaterales con la nación de al lado? Ni cuestiona los privilegios del sistema de cupo vasco y navarro, ni renuncia a la asimetría competencial en materia económica, basada en la ordinalidad y en los derechos históricos. Si excavan un poco más, llegan a los privilegios feudales. ¡Y pensar que el socialismo fundamentó todo su sentido de la justicia en la igualdad! Paradojas de la historia, quien la habría de defender, la rompe y hace a los españoles más desiguales entre sí.

Rompe también una lanza a favor de otorgar representatividad a los territorios, en lugar de reforzar la de los ciudadanos: quieren convertir el Senado en cámara territorial. ¡Con lo barato que resultaría eliminarlo! Evitaría costos y más conflictos entre comunidades. Porque convertirlo en cámara territorial no serviría para reducir tensiones, sino para alimentarlas, darles legitimidad y reforzar las diferencias.

Y para encajar a Chacón, que la ha apoyado para no ahondar más en su imagen antinacionalista, y al PSOE, que no le ha gustado, se olvida de nombrar el derecho a decidir, pero deja abierta la vía para territorializar los referendos. O sea, como Cayo Lara, el internacionalista. Para que no digan.

Y a la vez que allana el camino al separatismo, juega en el cinturón obrero y castellanohablante a parecer lo contrario. Su alcaldesa de Hospitalet ha iniciado una campaña contra la independencia. C’s aprieta y la carne es débil. ¡Qué tropa! ¡Treinta años tomando el pelo a sus bases socialistas de lengua y cultura españolas y aún confían en seguir tomándoselo!

Me temo que el horno ya no está para bollos, y Albert Rivera habla claro y sin medias tintas. ¡Qué tiempos aquellos –estarán lamentándose ahora– donde la inmigración arrastraba un sentimiento de culpa forjado por ellos ante el catalanismo, sin que político alguno dijera en voz alta lo que sentía y callaba en privado!

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