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Daniel Rodríguez Herrera

La calidad del cine español

Parece que se olvidan siempre de que el cine es una industria especialmente sensible a los sentimientos de los espectadores.

Parece que se olvidan siempre de que el cine es una industria especialmente sensible a los sentimientos de los espectadores.

Como servidor también es un poco gafapasta, el pasado jueves acudí al festival de cortometrajes Cortogenia, en el madrileño cine Capitol. Ayudó bastante que fuera gratis para los espectadores, que no para los contribuyentes, claro. Dos días antes el ministro de Hacienda había afirmado que los problemas del cine español "también" tenían que ver con la calidad de las películas, y no sólo con la subida del IVA. Prácticamente todos los autores de los cinco cortos que se mostraban ese día le dedicaron alguna pullita por ello, lo cual parece razonable. Pero uno en concreto dedicó sus buenos cinco minutos a una diatriba contra el PP en general y sus políticas, con abundantes epítetos y un marcado desprecio en su voz. Curiosamente, su corto era de los peores, si no el peor. Ojo, que contrasté mi opinión con algunos que habían aplaudido a rabiar el discursito, no fuera que yo estuviera algo sesgado.

Su actitud ha sido compartida sin fisuras, creo, por el resto del sector, con la Academia de Cine especialmente guerrera. Por principios, estoy de acuerdo con cualquier improperio destinado a Montoro y por extensión a cualquier ministro de Hacienda que no baje los impuestos. Pero no se le criticaba por eso, y nadie parece haberse parado a pensar por qué ese discurso de la falta de calidad de nuestro cine tiene tanta aceptación en tantos españoles.

Debo decir que, después de años bastante poco estimulantes, que encima coincidieron en buena medida con la época de mayor compromiso con la izquierda, en los últimos tiempos el cine español ha remontado el vuelo. Ha acometido grandes proyectos, algunos de éxito y reconocimiento internacionales, y se ha centrado mucho más en el cine de género, durante tanto tiempo el gran olvidado. Buena parte de la culpa, sospecho, la tiene la reducción en las subvenciones y la obligación que tienen las grandes cadenas de televisión de invertir un porcentaje de sus ingresos en películas. No es una medida que apoye, porque supone una redistribución forzosa de la televisión al cine, de un negocio de éxito que gusta a sus consumidores a otro que parece incapaz de hacerlo. Pero como las televisiones no quieren palmar pasta, se han cuidado muy mucho de financiar truños.

Sin embargo, pese a que ahora se hacen más películas al gusto del espectador palomitero, incluso del de gafapastas a quienes en el fondo no les gusta aburrirse, el prejuicio contra el cine español sigue muy vivo. La Academia de Cine reconoce que hay muchos que, "de forma visceral, que no racional", "desprecian y deslegitiman nuestro trabajo". Es cierto, el que ustedes se gasten nuestro dinero en rodar 200 películas al año que -muchas- ni se estrenan y luego encima nos insulten no implica necesariamente que sus obras sean malas. Pero parece que se olvidan siempre de que el cine es una industria especialmente sensible a los sentimientos de los espectadores.

Tengo un hermano que odia a Ed Harris, pese a reconocer que es buen actor, y aún más a Sam Neill. No existe ninguna buena razón para ello, pero aun así veo bastante difícil que se gaste un céntimo en ver una peli que los tenga en el reparto. Si durante años una parte considerable de la industria se ha dedicado a criticar las ideas de una parte considerable de su público, sin que nadie salga además a contradecirles, entra dentro de lo posible, incluso de lo razonable, que ese sector del público desarrolle rechazo "visceral" hacia ella. Si además la industria en cuestión fabrica bienes prescindibles y muy fácilmente sustituibles, peor me lo pones.

La mejor noticia para el cine español es que la mayoría no tengamos ni idea de qué ideas políticas tiene, por ejemplo, Juan Antonio Bayona. La peor, que sigan trabajando en él personajes como el director del corto Sexo explícito.

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