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Cristina Losada

Dos años y dos herencias envenenadas

Este es un Gobierno que fue elegido para cumplir una misión, pero que no tiene las cualidades del misionero.

Este es un Gobierno que fue elegido para cumplir una misión, pero que no tiene las cualidades del misionero.

En el ecuador político que marcan los dos años cumplidos desde las elecciones que dieron mayoría absoluta al PP liderado por Mariano Rajoy, procede una evaluación que no puede pasar por alto los lastres con que inició su andadura el actual Gobierno. Lo curioso del caso es que uno de ellos era obra ajena, la tan traída y llevada herencia que dejó el presidente Zapatero, y el otro, en cambio, era obra propia.

Poco nuevo cabe decir a estas alturas del legado del Gobierno socialista, tanto en lo político como en lo económico. Desastre es la palabra que lo resume. La quiebra económica ya no admitía matices. Pero se ha prestado menos atención a los efectos que tuvo el último año de oposición del Partido Popular, cuando se dejó llevar por la tentación populista en su rechazo a las primeras y tímidas medidas de ajuste que tomó Zapatero forzado por los líderes europeos y otros.

Aquellas airadas reacciones tuvieron continuidad en la campaña electoral y dieron el mensaje simple y engañoso de que, si bien sería necesario hacer sacrificios, el PP tenía la fórmula magistral para salir de la crisis y podía repetir la proeza de 1996. Ya lo hicimos y lo volveremos a hacer, decían. Lo que no decían es que la crisis iniciada en 2007-2008 era distinta y se desarrollaba también en un campo de juego diferente, el del euro. Y que iba para largo.

Todo eso se hubiera disipado como tanta charlatanería política en circunstancias menos excepcionales, pero en la hondura de la crisis fue el factor determinante que agrió las relaciones entre el Gobierno y la opinión pública. Para ser más precisos, entre el Gobierno y parte de su base electoral. El primer desencuentro se materializó cuando llegó la hora del destape, se vio cómo estaban las cuentas y se procedió a una subida temporal de impuestos que no figuraba en el guión. A partir de ahí vendrían otros; el último de ellos, a raíz de la aplicación de la sentencia del Tribunal de Estrasburgo sobre la Doctrina Parot.

Hay Gobiernos que sólo viven pensando en la opinión pública o que tienen una especial sensibilidad para detectar el estado de ánimo popular. Ninguno de los dos parece el caso del Gobierno de Rajoy, aunque esté, como todos, pendiente de las encuestas. Pero presenta una tendencia al hermetismo y una incapacidad para articular un discurso político que le siguen pasando factura, incluso cuando la economía comienza a dar síntomas leves de recuperación. Es más, la que fue una de sus mejores decisiones en ese ámbito, no haber pedido el rescate total de España, se ha podido asignar a una indecisión. Ahí está, tanto en la izquierda como en la propia derecha, la caricatura de un Rajoy que prefiere fumarse un puro antes que decidir, porque espera que el tiempo resuelva los problemas.

Este es un Gobierno que fue elegido para cumplir una misión, pero que no tiene las cualidades del misionero. Cierto que son insoportables –y peligrosos– los que presumen de salvadores, por no hablar de los poseídos por un optimismo milenarista, pero en situaciones de emergencia un discurso limitado a "Saldremos del túnel", fase uno, y "Ya vemos la salida", fase dos, es insuficiente y decepcionante. Más cuando hay una corriente de deslegitimación de la política y las instituciones nutrida también por la inconsecuente respuesta a los casos de corrupción. Y este es un Gobierno que todas las semanas aprueba una o dos reformas, algunas de calado, pero no consigue dar la impresión de que dispone de una agenda reformista coherente y global.

Según cuenta Don Quijote a Sancho, los antiguos navegantes españoles creían que, al pasar el Ecuador, se morían los piojos que llevaban los que iban en los barcos, hasta el punto de que eso era para ellos la señal de que se había cruzado aquella línea. En este ecuador político no hablamos de piojos, claro, pero sí de lastres y, en efecto, todavía siguen pesando demasiado. Ya sólo quedan dos años para soltarlos.

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