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Pablo Planas

Artur Mas alucina con Rambo

Habla el tipo que tiene a unos mossos por ahí entrenándose en tácticas de guerrilla y a una organización 'cívica' que va extorsionando a pequeños empresarios.

Habla el tipo que tiene a unos mossos por ahí entrenándose en tácticas de guerrilla y a una organización 'cívica' que va extorsionando a pequeños empresarios.

"Estamos en combate y nos ven heridos porque llevamos la parte principal del combate del país. Los que no tienen heridas, en lugar de ser actores principales, están haciendo de espectadores. Pero estamos en pie, no agachados". Esto no es la cuarta parte de Rambo, de vuelta a la jungla. Ni la arenga de un entrenador de fútbol en un vídeo motivacional, con Russell Crowe en el papel de Máximo, general romano. "¡Lo que hacemos en la vida tiene su reflejo en el más allá!", grita en Gladiator, a galope tendido, lanzándose sobre los bárbaros. Tampoco es Espartaco.

Eso es un discurso ¿político? del presidente de la Generalidad de Cataluña, Artur Mas, en el "consejo nacional ampliado" de Convergència, el primero en cuarenta años que se celebra sin la presencia de ningún miembro del clan Pujol. Una reunión de ese partido es, en el mejor de los casos, como un consejo de administración en los inicios de Las Vegas, por lo que un consejo ampliado sería una junta de accionistas extraordinaria. Tan extraordinaria que los dueños de la empresa, CDC, la siguen desde su casa, Can Ferrusola, poniéndole velas negras al encargao, Mas, que se las da de Indíbil por la mañana y de Mandonio por las tardes.

Es patético, sin duda. Como la leyenda de Casanova, que se murió de pura senectud y en el ejercicio activo de la abogacía. Casanova, sí, el conseller en cap de la resistencia de 1714, al que presentan blandiendo el sable hasta el final. Cayó muy cerca de donde se rinde homenaje floral a su estatua. Cayó del caballo y se evacuó o se hizo evacuar en plena batalla, cosa que describe mejor el sentido práctico de los vivos que el destino trágico de los héroes. La parte de la retirada es la que no cuentan en Barcelona.

Mas también fue conseller en cap, o sea, el jefe de los consejeros de Pujol, cargo que a la luz de las revelaciones sobre la familia del expresidente regional adquiere matices marselleses y notas napolitanas nada atenuadas. Es decir, que si la investigación sobre el patrimonio y las riquezas de los Pujol va en serio, él, Mas, va palante, se ponga como Braveheart ante Cameron o como Vernon con Blas de Lezo, quien, por cierto, perdió la movilidad de un brazo tal día como el jueves que viene de hace trescientos años. Un tiro desde la playa alcanzó a un entonces jovencísimo oficial que hacía guardia en la cubierta de un barco que participaba en el bloqueo.

Mas se sabe perdido y es de la generación que creció comiendo palomitas mientras el soldado John Rambo ganaba en el cinemascope las guerras pedidas por los Estados Unidos. De ahí le debe de venir el gusto por las arengas, las soflamas y las comparaciones bélicas. "Estamos en combate", dice. Sí, rodeado de charlis y ya no se siente las piernas, menudo infierno. No obstante, poca broma. Habla el presidente de la Generalidad que tiene a unos mossos por ahí entrenándose en tácticas de guerrilla y a una organización cívica que va extorsionando a los propietarios de tiendas, bares y farmacias para que cierren el 11-S.

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