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Santiago Navajas

A favor de David Cameron (y en contra de Arcadi Espada)

Contra el dictamen de Espada, creo que Cameron, con lucidez y arrojo dignos de admiración, ha emulado al mejor dirigente democrático de la Historia.

Contra el dictamen de Espada, creo que Cameron, con lucidez y arrojo dignos de admiración, ha emulado al mejor dirigente democrático de la Historia.

Dado que había una sostenida (si bien contemporánea), razonable (aunque discutible) y amplia (pero no unánime) reivindicación por la independencia de Escocia, David Cameron hizo lo que un político de tendencia conservadora pero espíritu liberal debe: aunque estuviera en desacuerdo, posibilitar la realización de una consulta popular. Los escoceses partidarios de la independencia, por su parte, actuaron en general con honestidad, sometiéndose a las reglas del juego y pactando los términos del referéndum sin amenazar con insurrecciones bananeras o falacias del tipo de comparaciones con William Wallace (cualquier parecido entre Artur Mas y Mel Gibson es mera coincidencia) o Martin Luther King (entre Oriol Junqueras y el héroe de los derechos civiles ni les cuento...).

Finalmente, los escoceses han rechazado una independencia que los hubiese mantenido como reino, sin adolescentes veleidades republicanistas y, no nos engañemos, dentro de la UE. Europa es el horizonte de posibilidad de cualquier país europeo y el European Dream va a necesitar hasta el último de los europeos para la lucha global, comercial y política, en la que estamos inmersos. Incluso William Wallace hubiese votado por haber mantenido a Escocia dentro de Gran Bretaña, porque lo que pedía el mito escocés era libertad y bajo los criterios nacionalistas, un movimiento reaccionario y antiliberal, habría más independencia pero menos libertad.

Uno de los elementos clave de este tipo de elecciones es luchar para que no se imponga una lengua de trapo y subrayar que no ha sido Escocia la que ha votado, sino el conjunto de los ciudadanos escoceses. Que no es lo mismo. Debemos los liberales precisar que el derecho a la independencia lo tienen los ciudadanos y que, en consecuencia, son los conjuntos significativos de ciudadanos los que tienen la capacidad de independizarse. Y dicha significatividad no recae en la nación o en el territorio sino en la polis. Porque son las ciudades y sus áreas de influencia, lo que dentro de un esquema administrativo como el español coincide con el de la provincia, las entidades políticas donde los ciudadanos realmente tienen vínculos relevantes tanto emocionales como de gestión. Si en un hipotético referéndum en Cataluña, por ejemplo, Lérida y Gerona votasen por la independencia pero Barcelona y Tarragona lo hiciesen en sentido contrario, entonces las dos primeras podrían independizarse y las segundas tendrían el derecho a seguir siendo españolas a todos los efectos. La cuestión no es referéndum sí o no, sino referéndum bajo qué condiciones. Y puestos a defender el derecho a decidir, habría que exigir a los catalanistas que fuesen coherentes con el principio de reciprocidad y respetasen a su vez el derecho a la secesión de una parte de su territorio en el caso de conseguir la independencia.

Más democracia debe significar más libertad. Porque si no será democracia pero no será liberal. Los nacionalistas aspiran a una democracia de corte orgánico en la que el poder surja de una fantasmática entidad surgida de la raza o la lengua. Los izquierdistas, por su parte, querrían una democracia popular sin esos lastres pequeño burgueses de la separación de poderes o los derechos individuales. Los escoceses han votado mayoritariamente seguir siendo parte del Reino Unido pero sobre todo han votado seguir siendo libres. Lo que creo que también sucedería en el caso español, donde las mitologías de la españolidad y la catalanidad sostienen sus dogmas sobre la indisolubilidad de sus ídolos respectivos España como unidad de destino en lo universal y Cataluña como ídem de ídem.

Pero sobre todo tenemos que seguir aprendiendo a ser europeos, en una dialéctica de retroalimentación entre la universal, cosmopolita y globalizada Unión Europea y nuestras pequeñas, cálidas y mullidas identidades pueblerinas.

A muchos intelectuales españoles les ha parecido que el órdago de David Cameron no sólo no ha sido valiente sino que ha sido producto de la frivolidad. Arcadi Espada titulaba "Democracia frívola" su arcadiana contra el dirigente inglés, en la que se despachaba contra el "estúpido referéndum" del "peor primer ministro de la Historia de Gran Bretaña". Sin embargo, cabe tener en cuenta que sólo en las democracias liberales más sólidas y profundas, las anglosajonas y Suiza, se puede plantear una consulta popular sobre una cuestión tan traumática. Parafraseando a Popper, podemos definir las democracias liberales como esos sistemas en los que puede darse una secesión de una parte del territorio sin que se produzca un derramamiento de sangre. Dice Espada que el referéndum ha dado lugar a la posibilidad de la destrucción de un Estado. Pero resulta que la democracia liberal es, como el capitalismo schumpeteriano, un proceso de destrucción pero, al mismo tiempo, de creación. En este caso, la "destrucción" del Estado británico habría dado lugar a la emergencia de dos nuevos Estados, uno por modificación y otro por creación.

Contra el dictamen de Espada creo que Cameron, con lucidez y arrojo dignos de admiración, ha emulado al mejor dirigente democrático de la Historia (sigamos con sus mayúsculas) no británica sino mundial. Porque Pericles, como nos cuenta Luciano Canfora en El mundo de Atenas, supo gestionar la paradoja democrática de la Grecia clásica según la cual la grandeza era cosa de las clases altas a las que el pueblo ateniense detestaba y que perseguía en cuanto podía. La sagacidad y el poder de esa clase alta, a la que Pericles representaba en todo su esplendor, consistía precisamente en haber "aceptado el desafío de la democracia, es decir, la convivencia conflictiva con el control obsesivamente atento y con frecuencia oscurantista por parte del poder popular".

David Cameron -al igual que Pericles, y como definió Alcibíades- seguramente pensará que la democracia es "una locura universalmente reconocida como tal". Pero de lo que se trata es, en la estela del genial a fuer de populista aristócrata griego, de "aceptar la democracia para así poder gobernarla". Lo que adaptado a nuestras circunstancias actuales lleva a celebrar un referéndum para así poder ganarlo. Que es mucho mejor que no convocarlo y, encima, perderlo.

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