Juan Carlos Monedero no tuvo mayores problemas entre sus compañeros de Podemos cuando se descubrieron los cientos de miles de euros que había recibido de los regímenes bolivarianos. Ni una voz ni una queja se escuchó un mes después, cuando el entonces número tres del partido dio unas explicaciones que no creyó nadie, que no satisficieron a nadie y que no superaban la menor exigencia debida a un responsable público en un país medianamente serio.
Íñigo Errejón tampoco ha tenido mayores problemas en Podemos, pese a que la universidad que le había contratado ha admitido que, como mínimo, no estaba cumpliendo los requisitos de su sorprendente y muy bien remunerada beca para investigar sobre un tema en el que no es un especialista, como el politólogo Monedero no lo es sobre la implantación de sistemas monetarios.
Ni siquiera Tania Sánchez pareció perder la estima de los dirigentes de Podemos al destaparse las cuanto menos chapuceras contrataciones en las que habían participado ella, su padre y su hermano en el Ayuntamiento de Rivas.
Es decir, ninguno de los dirigentes del partido de Pablo Iglesias envueltos en asuntos que podrían despertar serias dudas sobre su honradez a la hora de gestionar lo público ha sufrido no ya una represalia, ni siquiera una reprimenda.
Eso hasta ahora, hasta este jueves, en el que Monedero se ha visto obligado a abandonar el partido después de lanzar las primeras críticas al camino que está siguiendo. Un adiós que se ha intentado vestir de dimisión pero que, según los mensajes que el propio interesado ha publicado en Twitter, parece una depuración en el más puro estilo de la extrema izquierda. Una depuración que no responde al elevadísimo nivel de exigencia moral que Iglesias y compañía demandan a sus contrincantes y que está claro no se aplican a sí mismos. Una depuración que, en el plazo rapidísimo de unas pocas horas, ha machacado no al presunto corrupto sino al disidente.
Los que venían a limpiar el espacio público de corruptos no han sido inflexibles con los presuntos casos de corrupción; los que se decían más democráticos y abiertos de todos, asambleas mediante, no han tolerado la crítica un solo día.
Lo bueno de todo esto es que, en poco más de un año, Podemos ha perdido todas las caretas y muestra ya su verdadero rostro: el de un partido con un nivel de autoexigencia tan bajo como el de los demás en materia de corrupción y que no sólo no cumple con sus propias promesas de mayor democracia interna, sino que está controlado por una pequeña camarilla que actúa sin ningún contrapeso y que es implacable con la disidencia.
En definitiva: en poco más de un año, Podemos se muestra ante la opinión como lo que es: un ejemplo químicamente puro de casta.

