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Cristina Losada

El voto del miedo

El voto del miedo tiene mala prensa. Pero tiene prensa.

El voto del miedo tiene mala prensa. Pero tiene prensa. Es un clásico al que se recurre para explicar un resultado electoral que disgusta a quien trata de explicarlo. Así, después del sorprendente desenlace de las elecciones británicas, sorprendente porque no lo predecían las encuestas, todos los que lamentan la victoria de los tories la atribuyen al miedo. El triunfo inesperado de Cameron no se debería a sus propios –y discutibles– méritos, sino a que fue capaz, muy cucamente, de meterles el miedo en el cuerpo a los votantes con la especie de que los laboristas iban a revertir los avances económicos de los últimos años, y a ser rehenes del nacionalismo escocés.

Por supuesto, cuando aquel referéndum en Escocia, que tan temerariamente aceptara Cameron, arrojó un resultado contrario a la independencia, el temor también fue invocado como factor decisivo. ¿Qué otra cosa si no podía explicar que la mayoría de escoceses no se apuntara al ilusionante proyecto de separarse para constituir un pequeño y coqueto Estado independiente? ¿La reflexión sobre las consecuencias negativas que tendría la ruptura? ¿El cálculo de pérdidas y beneficios de dar aquel paso? Ni hablar. Cuantos simpatizaban con los independentistas lo tenían claro: había sido el miedo. Los escoceses se habían rilado porque creyeron, absurdamente, en las historias de terror que contaron los contrarios a la independencia.

Durante todo el trayecto hasta el penoso simulacro del 9-N, Artur Mas y los suyos declararon principal enemigo, España aparte, al miedo. A cada advertencia sobre los efectos desastrosos de una independencia catalana, a cada recordatorio de que implicaría, por ejemplo, la salida inmediata de la UE, los soberanistas replicaban que eso era "meter miedo". No había que hacer ningún caso a esos argumentos, ni contestarlos siquiera, porque sólo trataban de generar un temor sin fundamento. No había que sentarse a pensar y rumiarlo, sino tener una fe de carbonero en que todo sería de color de rosa.

Ahora, ya llevan una temporada, son los de Podemos los que están con el miedo a vueltas. Cuando las cosas salen a su gusto dicen que "el miedo ha cambiado de bando". Pero cuando reciben críticas son ataques fruto del miedo que les tienen los poderosos. Y si se denuncian irregularidades cometidas por sus dirigentes o candidatos, entonces, ah, entonces es que les han declarado la guerra. Una de las escenas más escalofriantes de los últimos meses fue la que protagonizó un Monedero fuera de sí clamando: "Montoro, ¿me quieres meter miedo? ¡No te tengo miedo, tengo mis cuentas muy en regla!". Quien daba miedo era Monedero diciendo aquello. Pero, lo que son las cosas, más le hubiera valido temer a sus compañeros del partido.

Es fastidioso y desagradable que haya partidos que quieran hacer creer que no votar por ellos es de cobardes. Que pretendan que lo único que frena su avance es un miedo irracional e infundado. Hay ahí, de fondo, un desprecio a la capacidad de discernimiento del votante. Cuando no les es favorable lo declaran ciego de miedo. Lo prefieren ciego a secas.

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