A estas alturas nadie se puede creer que el nuestro sea propiamente un Estado de Derecho, tantos costurones presenta su vapuleado cuerpo. Más bien tendríamos que hablar de Estado de los derechos, así, en plural, pues cada uno se inventa el suyo.
Se habla con alegría de "renta básica universal" o del "derecho universal a la vivienda". Bien es verdad que el universo se refiere generosamente a este rincón que llamamos España. Pero resulta ingenuo suponer que todos los españoles (incluidos los extranjeros que entre nosotros residen) vamos a disfrutar de un sueldo vitalicio o de una vivienda gratuita.
Más ludibrio produce el sueño del "derecho a decidir" para cualquier unidad territorial que se precie. De imponerse tal locura, España podría dejar de ser europea, Cataluña ya no sería de España, el Valle de Arán quedaría fuera de Cataluña. Bastaría con que el pueblo respectivo saliera a la calle a demandar su derecho a decidir la separación.
Vamos camino de considerar las becas universitarias, no como un premio o privilegio a los buenos estudiantes, sino como un derecho de todos los matriculados. Sería el descabello de nuestra mortecina Universidad.
Todo es cuestión de presionar adecuadamente. Los vendedores de coches han conseguido una fuerte ayuda del Fisco por cada vehículo que coloquen. Su argumento es de los más patriótico: a más coches, más PIB. En vista del éxito, los productores de leche presionen para que el Gobierno eleve los precios del líquido blanco. Hay más. Los empresarios del negocio del espectáculo consiguen una rebaja de impuestos y la llaman "IVA cultural". Con una idea tan generosa de cultura podríamos incluir los gimnasios. ¿No se llama culturismo el propósito de hacer musculitos?
Dado el éxito de la incesante ampliación de los derechos humanos, no es de extrañar que se haya extendido a los animales. Sabe a poco la prohibición de las corridas de toros, si bien la tomatina podría quedar como la verdadera fiesta nacional. Se podría ampliar a las luchas incruentas con uvas o requesón. He aquí la salida imaginativa para los excedentes de vino o de leche.
Los derechos de los animales presentan un gran futuro. No basta con abolir los bárbaros mataderos de mamíferos o de aves. Todo es cuestión de convencer al vecindario de que la carne es fuente de toxinas. El paso siguiente sería advertir del enorme sufrimiento de los mejillones cuando se les somete a la muerte por vapor. Serán así más sabrosos, pero no pasa de ser una crueldad.
Claro que los vegetales son también seres vivos. ¿No será otra forma de refinada crueldad someterlos a la cocción, la fritura, el horno o la brasa? Incluso el congelado se podría considerar como otra forma de tortura. Queda mucho por hacer.

