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Ricardo Ruiz de la Serna

Afirmar los valores de Occidente

He aquí el gran desafío: salvar nuestra civilización sin traicionarla.

Mientras las investigaciones policiales tratan de esclarecer la autoría y las circunstancias de los atentados del pasado viernes en París, es inevitable preguntarse por sus consecuencias para Francia y para Europa.

En primer lugar, la poca información que se conoce sobre la identidad de los terroristas muertos –al principio se habló de ocho, pero después de siete– apunta a su juventud y al perfecto francés en el que se expresaban. Hay rumores de que los terroristas profirieron gritos relativos a la guerra de Siria en la sala Bataclan. Hay testigos que dicen haber escuchado "Alá es grande". Los comunicados de Al Hayat Media Centre, el órgano de comunicación del Daesh, se han entendido como una reivindicación tácita de los atentados, a los que califica de "milagros". Las sospechas sobre Al Qaeda en el Magreb Islámico parecen haberse disipado después de que el propio presidente de la República, François Hollande, haya responsabilizado a los yihadistas que controlan parte de los territorios de Irak y Siria.

La conexión siria ha disparado las preguntas sobre una mayor participación francesa en la lucha contra el Estado Islámico. A principios de noviembre Francia envió a Oriente Próximo el portaaviones Charles de Gaulle y duplicó así su capacidad ofensiva contra los terroristas. Las informaciones apuntaban a que Francia iba a combatir al Estado Islámico no solo en Irak –donde lleva luchando desde febrero de 2014–,también en Siria. Es de esperar un aumento de la participación francesa en el conflicto, en coherencia con la promesa presidencial de una respuesta "implacable". Por lo pronto, mientras escribo estas líneas su aviación está bombardeando Raqa, la capital del territorio controlado por el Estado Islámico.

Francia es uno de los Estados más comprometidos en la lucha contra el terrorismo en África, el Próximo Oriente y Asia Central. Así ha descrito el presidente François Hollande los atentados:

Un acto de guerra cometido por un ejército terrorista, Daesh, un ejército de yihadistas, contra Francia, contra los valores que defendemos en todo el mundo, contra lo que somos: un país libre que habla al conjunto del planeta. Es un acto de guerra que ha sido preparado, organizado, planificado desde el exterior y con complicidades interiores que la investigación permitirá establecer.

De este modo, junto al elemento de la agresión exterior está la presencia de los terroristas y sus cómplices en suelo francés. El geógrafo Cristophe Guilluy ha descrito "la Francia periférica" de las banlieues –las barriadas de los conurbanos– y las pequeñas y medianas ciudades alejadas de los grandes centros de creación de empleo. En estos núcleos deprimidos se concentra el 60% de la población de Francia. Allí es donde se vive la mayor conflictividad social. Los jóvenes descendientes de inmigrantes sufren el desarraigo de una segunda generación no integrada. El Frente Nacional enarbola la bandera de la xenofobia como alternativa a un proyecto multicultural que consideran fracasado. Es en esta Francia donde se deben afrontar los mayores desafíos de nuestro tiempo: la educación, la afirmación de los valores occidentales, el imperio de la ley, la defensa de los derechos humanos y la cohesión social. La identidad republicana rivaliza con la islamista y la yihadista. Así, la República debe reforzarse frente a ideologías basadas en el odio a todo lo que ella representa.

Un dato podría pasar inadvertido: Bataclan es un lugar habitual de actos de organizaciones judías, y ya había sufrido amenazas en 2007, 2008 y 2011. Eagles of Death, la banda que tocaba la noche del viernes, había actuado en Israel entre fracasadas campañas de boicot. No se debería soslayar el antisemitismo cuando se analiza el ascenso del islam radical en Europa. Los discursos de odio se propagan gracias a imanes radicales y un formidable aparato de propaganda a través de sitios web y redlas es sociales. Junto a la extrema derecha, el islamismo y el yihadismo aspiran a acabar con todo lo que Europa representa. Sin duda son una minoría entre los musulmanes, pero es engañoso omitir la referencia a la violencia religiosa a la hora de analizar el fenómeno.

He aquí el gran desafío: salvar nuestra civilización sin traicionarla. Las raíces de Occidente se hunden en el pensamiento judeocristiano y la herencia grecorromana: la dignidad intrínseca del ser humano, el valor de toda vida humana, la razón, la libertad, la democracia, el límite de toda forma de poder. Una forma de renunciar a este legado es ir contra sus fundamentos. Otra es desistir de su defensa.

En Francia –y en toda Europa– se libra hoy una batalla contra el fanatismo de unos terroristas y sus ideologías de odio. Las democracias son fuertes cuando lo son sus ciudadanos. La historia del siglo XX nos demuestra que ningún logro de la civilización occidental está exento de amenazas ni de peligros. El III Reich pudo vencer –y en la primavera de 1940 estuvo muy cerca de lograrlo–, y solo la fuerza de quienes se atrevieron a resistir logró impedirlo.

Europa –es decir, los ciudadanos europeos– debe hacer frente al terror y afirmar los valores sobre los que se ha edificado una civilización que algunos pretenden destruir. Esa civilización es Occidente.

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