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Francisco Pérez Abellán

La banda Daesh

El caso de las mujeres seducidas por los terroristas es una cosa sorprendente.

Musulmanes españoles peregrinan por las televisiones explicando que no es correcto que se hable de "terrorismo yihadista" porque la yihad es una cosa demasiado seria para dejarla en manos de terroristas. Deberíamos escucharlos y dejar de magnificar el poderío del terror.

Los que hablan de forma tan sensata son enemigos de la violencia, nacidos en nuestro país que divulgan que su religión es contraria al salvajismo de quienes la están utilizando. No obstante ni los periodistas ni las fuerzas del orden les hacen caso y siguen adjetivando de forma molesta e inadecuada a los criminales cuando habría que imitar al presidente Hollande, con intención peyorativa, que los define como banda terrorista Daesh (acrónimo árabe de Al Dawla al Islamiya Irak Waal Sham) siguiendo el consejo de los expertos que quieren impedir que se les haga el favor de llamarles ISIS (Islamic State of Iraq and Syria) o Estado Islámico de forma obstinada e irracional y contraria a nuestros intereses.

Estos días se ha descubierto que los asesinos de París no son miembros exaltados de un fanatismo religioso, a pesar de los santones mediáticos que lo prohijan y con independencia de que lo sean quienes los reclutan, sino delincuentes comunes que no suelen ir a la mezquita, drogadictos que también consumen alcohol y que llevan una vida de borrachines desorejados. A veces pasan de la taberna al velo o al disfraz de integristas en un pispás. Incluso se ha difundido el nombre de la droga mezcla de anfetas, metanfetamina y cafeína que consumen, fabricada en Siria a muy bajo precio. Normalmente los jefes de la banda Daesh, a los que conviene mencionar por este nombre porque las guerras también se pierden cuando se adopta el lenguaje que impone el agresor, señalan como perfectos sicarios a los jóvenes excluidos, desesperados y amargados que se refugian en los barrios bajos de la banlieue parisina o en el gueto del Molenbeek belga. En el atentado de la ciudad luz por primera vez uno de los kamikazes ha roto de forma expresa el compromiso de inmolarse haciendo estallar el cinturón explosivo. Demostrando así que era el más listo de tres hermanos, uno de los cuales sí explotó con su cinturón en la capital francesa, y en vez de eso arrojó su bomba a una papelera y huyó tratando de burlar a la vez a la policía y a los propios jefes criminales que han decretado su exterminio por traición.

El pacto consiste en prometer a los suicidas una indemnización a la familia y en proveerles de suficientes narcóticos para que les dé igual matar o morir. A algunos asesinos españoles sus jefes les facilitaban un vaso de vino con pólvora recién sacada de un cartucho destripado para animarles a entrar en acción.

La banda Daesh, como se ha demostrado, es la primera reconocida como publiterrorista avanzada siendo capaz de fabricar spots y películas de gran efecto con la intención de crear el pánico en la sociedad occidental, cosa que ya han conseguido haciendo que hasta se produzcan estampidas si suena un petardo. Esta propaganda, con frecuencia pura ficción, es emitida, percutida, exhibida y reiteradamente machacada por todos los medios favoreciendo el propósito principal de la banda: aterrorizar al mundo. Nadie lidera todavía la conciencia de que es preciso ganar la batalla de la información y esta pasa por no secundar los propósitos del enemigo.

Además han creado una red de teleoperadores que atienden a cualquier víctima potencial en cuanto entran en las redes sociales. Ciberterroristas captan, consuelan y prometen paraísos artificiales. Estas mañas consiguen, por ejemplo, venderle la moto al joven que se quedó en el paro a la vez que le dejaba la novia o a la muchacha devota de la Virgen del Rocío, que cambia su alegría andaluza por la esclavitud de la convivencia con el pasmarote criminal. El caso de las mujeres seducidas por los terroristas es una cosa sorprendente. Occidente se queda mudo ante la reiteración con la que jóvenes nacidas en democracia aceptan convertirse en esclavas sexuales en los campos de entrenamiento.

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