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Guillermo Dupuy

El consensuado silencio de los corderos

Decía Napoleón que cuando quería que un asunto no se resolviese lo encomendaba a un comité. Algo parecido podríamos decir del cacareado "Pacto Antiyihadista".

Decía Napoleón que cuando quería que un asunto no se resolviese lo encomendaba a un comité. Algo distinto pero muy parecido podríamos decir del cacareado "Pacto Antiyihadista", que ya aglutina a nueve partidos y al que se ha acercado como "observador" el partido de Pablo Iglesias. Aunque los firmantes estarían obviamente encantados con que el problema del terrorismo islámico se resolviese o mitigase, ninguno de ellos va a asumir el riesgo de tomar o proponer decisiones para afrontarlo.

Así las cosas, nada más fácil para alcanzar el consenso sobre algo que acordar no tomar decisión alguna que pueda romper el acuerdo. Los firmantes del Pacto Antiyihadista aparecen ahora muy unidos contra el terrorismo, como si antes no lo estuvieran; pero absténganse de preguntarles si España va a enviar tropas a combatir al Estado Islámico, a participar en los bombardeos contra la organización terrorista o a relevar a nuestros aliados en sitios menos conflictivos para que ellos puedan liberar territorio bajo soberanía de unos genocidas. Esas preguntas tan obvias son políticamente incorrectas, pues sólo su formulación pone en peligro algo tan políticamente correcto como la "unidad de los demócratas" contra ese terrorismo islamista que, también por corrección política, sólo se puede denominar yihadismo.

Este consenso en la irresolución no evitará que los ciudadanos occidentales sigamos siendo asesinados en nombre de Alá, pero sí va a evitar a todos los firmantes del pacto el coste electoral que debería suponer la persistencia y, lo que es más probable, el agravamiento de un problema que no quieren afrontar.

¿Cómo vamos a ganar la guerra contra el terrorismo islamista con un pacto que, para empezar, se niega a reconocer la existencia misma de dicha guerra? Se quedaba corto el otro día Max Boot al reivindicar la, ciertamente adecuada, denominación de Estado Islámico para esa organización que nuestra clase gobernante ha pasado a denominar Daesh con la excusa de que este acrónimo les resulta más ofensivo a los terroristas.

Yo me temo que la verdadera razón para el cambio de dicha denominación es el deseo de ocultar la vinculación entre el fundamentalismo islámico y el terror y, sobre todo, no tener que admitir que el Estado Islámico, nos guste o no, es precisamente eso, un Estado al que no combatimos y al que dejamos pasivamente que controle y administre un territorio mayor que el de Reino Unido.

Creer que el yihadismo es tan sólo un problema policial y legal y que en esta guerra sobran los militares es tanto como no querer admitir la existencia misma del problema, al menos, en toda su magnitud. Pero en ese estéril consenso estamos: por no romper la confortable unidad a la hora de dar respuesta al terrorismo, guardamos silencio como corderos.

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