No es que sea inminente el fin del mundo, pero se comprenderá la metáfora. Por todas partes nos amenazan peligros para la convivencia de las personas, las naciones, las culturas. Menos mal que nos queda el fútbol con su griterío, el equivalente del circo en el imperio romano.
Definido nuestro régimen político español como una tetrarquía, los líderes de los cuatro partidos nacionales entablan un vistoso torneo, cada uno con su color y su divisa. Los cuatro aspiran a presidir el Gobierno. Por tanto, les repugna que alguno de los otros tres pueda ser vicepresidente. En las recientes elecciones los cuatro salieron a ganar, pero es evidente que el propósito no ha podido satisfacer a todos. Es lógico, por tanto, que se hayan producido frustraciones, por mucho que se disimulen con la retórica. Aunque no son tan fuertes como para que los perdedores dimitan. En España el verbo dimitir está prohibido. Constituye una práctica ajena a nuestras tradiciones políticas. Debe de ser cosa de los extravagantes británicos.
La consecuencia apocalíptica no es tanto porque los gustos de los cuatro caballeros (efectivamente, no hay ninguna dama) sean sanguinarios. Al contrario, todos ellos respiran bondad y altruismo, pero ninguno cede lo suficiente como para que se forma un Gobierno estable. Todos se extasían con las propuestas de cambio y de reforma, pero aquí todo permanece.
Tanto zarandear la crisis económica y la inminente salida de la misma nos ha llevado a postergar el argumento de que detrás de ella late la más grave crisis política. Ambas se encuentran interrelacionadas. La UE se ha convertido en un fracasado intento de federación. El derroche de su burocracia está siendo monumental; solo ha beneficiado a los intereses de ciertos grupos de presión, como el de los agricultores. De parecida forma, el "Estado de las Autonomías" en España ha conducido a un inmenso despilfarro del dinero público. El grado más insoportable de tal derroche ha sido la corrupción política. El misterioso PIB seguirá creciendo, aunque moderadamente, pero la casa sigue sin barrer. La mejor prueba es que la deuda pública sigue aumentando. Lo hace también el ejército de empleados públicos, sobre todo los que han sido nombrados a dedo.
En definitiva, a través de la continuada ineficacia económica, tanto la Unión Europea como los Estados miembros han perdido legitimidad. La consecuencia inmediata ha sido la aparición y el auge de los populismos en toda Europa y la tentación secesionista en algunos Estados, definitivamente en el español. Ya dice nuestro pueblo que, cuando escasea la harina, todo es mohína.
La metáfora apocalíptica se justifica por el insoluble problema de la crisis económica, que más parece sencillamente decadencia. Será mundial, pero afecta especialmente a Europa, un continente envejecido. Le asalta el temor de la nueva invasión de los bárbaros, ahora los millones de inmigrantes y refugiados que provienen de otras culturas. Gracias a ellos se ha contenido la pereza genésica de los europeos originarios, pero el Estado de Bienestar no puede encargarse de tantas ayudas como se piden.

