La mejor noticia de la oferta de Ciudadanos, esas seis condiciones de las que al menos cuatro son perfectamente populistas, es la séptima e inexistente, esto es, la extinción del veto a Rajoy. La insistencia de la formación naranja en que el presidente en funciones tirara la toalla había empezado a recordar el molesto soniquete sobre el que se levantó la aznaridad, ya saben, aquel "Váyase, señor González" que terminó por situar en pie de igualdad el osito de Roldán, Filesa (13 millones de euros de hoy en día) y la inminencia del fin del mundo. Con una salvedad: mientras que Aznar se aupaba sobre los hechos, todo lo aderezados que se quiera, pero hechos al fin y al cabo, Rivera parecía actuar contra ellos. Contra uno, principalísimo: Rajoy ganó las elecciones, las del 20-D y las del 26-J, y su liderazgo obtuvo en junio un respaldo aún mayor que en diciembre.
Otrosí: no había una sola razón por la que el documento que el PP presentó a Ciudadanos y PSOE con vistas a un acuerdo de Gobierno no pudiera ser susceptible, al menos, de debate. (¡Por Tutatis, si parece redactado por Obama, bien es verdad que Michelle!).
Hay más: como tan certeramente viene señalando el ensayista Juan Claudio de Ramón, la mejor garantía de un golpe de timón, y que supondría, de paso, la piedra angular para instaurar en España una cierta cultura del pacto, sería la entrada de Ciudadanos en el Ejecutivo. O, por decirlo con la fraseología de galerías del tresillo que suele gastar (¡y nunca mejor dicho!) su presidente: que Juan Carlos Girauta ocupara el sillón del Ministerio del Interior sería la más efectiva contribución a su saneamiento.
En cualquier caso, habrá que contar con el PSOE, y es fama que siempre hay un socialista a (tras)mano para relativizar la cerrazón de los dirigentes de Ciudadanos. Ayer mismo, Batet: “Rajoy no puede buscar la conformación del Gobierno en una anomalía democrática, que es pedirle al principal partido de la oposición que lo apoye”. La trampa, obviamente, radica en identificar la abstención con lo que Batet llama apoyo, y que no es más que la oportunidad de fiscalizar al Gobierno de un modo aún más estrecho, confiriendo al Parlamento una potestad aún inexplorada. Y tildar esa posibilidad de "anomalía" es tan propio de estúpidos como tildarla de "anomalía democrática" lo es de estúpidos democráticos. Bien pensado, y dados los mimbres, casi es mejor que este socialismo nos ahorre el desmoralizador espectáculo de saber cuáles serían sus seis condiciones.