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Luis Herrero

Un clavo ardiendo

Casi prefiero que sean los socialistas quienes le pidan al PNV, como contraprestación a su apoyo parlamentario, que acudan en socorro de Rajoy.

De un tiempo esta parte, la política se ha convertido en el arte de gestionar malos resultados electorales. Rajoy lleva un año creyéndose el rey del mambo, defendiendo su derecho irrenunciable a gobernar, subido al peor resultado electoral de una minoría mayoritaria en la historia de la democracia. Y, lo que es peor, Pedro Sánchez aún cree que una excrecencia –por cantidad, no por calidad– de 85 escaños puede abrirle las puertas del gobierno. Siguiendo esta nueva moda de vender como potable lo impotable, estas elecciones gallegas y vascas debían servir, más allá de consideraciones autonómicas, para dirimir dos cuestiones fundamentales en clave de política nacional. Primera: ¿iban a ser los resultados del PSOE lo suficientemente malos como para llevarse por delante a Pedro Sánchez, cuyo peso muerto obtura las cañerías de la gobernabilidad del país desde el pasado mes de diciembre? Y segunda: ¿podría conseguir el PP atraer al PNV al pelotón del sí a la investidura de Rajoy una vez que Urkullu haya dejado a salvo su condición de lehendakari y necesite apoyos que den estabilidad a su gobierno?

Que los resultados socialistas han sido peor que malos no necesita una gran demostración. En el País Vasco se le han ido cuatro de cada diez votantes. En las últimas elecciones autonómicas tuvo 200.000 votos. Más del 19 por ciento. En las elecciones generales de 2015 y 2016, con resultados muy parecidos en ambas, bajó a 160.000 votos. 14 por ciento. Ahora, con el 12 por ciento, sólo le han votado 126.000. Dos de cada diez antiguos apoyos han emigrado al PNV, uno a la abstención y otro se ha repartido entre el resto de las formaciones políticas. Eso son datos, no especulaciones.

El PSOE se ha pegado en Euskadi un castañazo mucho mayor que en Galicia, donde también se ha dejado gran parte de la dentadura, pero el hecho de que sus nueve escaños puedan servir como moneda de cambio para implementar la mayoría absoluta de Urkullu mitiga la apariencia del fracaso. Por alguna extraña razón, en política las hecatombes siempre se relativizan. No importa el número de muertos, sino la utilidad de los supervivientes. Véase, si no, lo que ha ocurrido en el parlamento de Santiago. Allí, los socialistas sólo han perdido a tres de cada diez votantes. En las autonómicas de 2012 tuvieron casi 300.000 votos. Más del 20 por ciento. En diciembre y junio fueron capaces de conservar, incluso de mejorar, esos registros. Ahora, con menos del 18 por ciento, le han votado 260.000. Han perdido casi tres puntos respecto a las autonómicas de hace cuatro años (en el País Vasco han perdido 7) y cuatro y medio respecto a las últimas elecciones generales. En el camino se han quedado 85.000 votantes. De ellos, el 7 por ciento se han ido al PP, el 8 a Podemos (En Marea), el 6 al BNG y el 8 a la abstención. Es una sangría considerable, sin duda, pero el número de supervivientes del naufragio socialista en las costas gallegas es bastante superior al que se ha producido en la costa vasca. La diferencia estriba en que el pecio galaico no sirve para nada, dada la victoria de Feijóo por mayoría absoluta, y el de Vitoria, estando objetivamente más hecho polvo, aún sirve para guardar al PNV de las inclemencias de un gobierno minoritario.

En Galicia la apariencia de desastre es total. La palabra maldita sorpasso aparece inscrita en la lápida del socialismo gallego como causa de una defunción que, sin embargo, a mí me parece mal diagnosticada. Ya hubo sorpasso en las elecciones de 2015, donde Podemos superó al PSOE en tres puntos y medio y 60.000 votos, y estuvo a punto de repetirse en las de 2016, donde ambas formaciones empataron a todo. El PSOE ganó por una una décima. Lo malo para Sánchez no es que haya habido sorpasso, sino que En Marea haya sido capaz de curar parte de sus sus heridas mientras las suyas empeoran en la UVI.

En otro tiempo, casos como estos, incluso más livianos que estos, servían para provocar la dimisión de los líderes políticos con sede en Madrid. Me vienen a la cabeza los casos de Fraga y Suárez. Es posible que haya habido más. Escribo de memoria. En esta ocasión, en cambio, no se vislumbra más dimisión que la de la dimisión misma. Sánchez ya le dijo a Fernández Vara en la tensa conversación telefónica que mantuvieron a mediados de la semana pasada que lo que pasara en Galicia y en el País Vasco no tendría impacto alguno en su voluntad de seguir al frente del PSOE a pesar del odio sarraceno –eso no lo dijo, naturalmente, aunque tal vez lo pensó– que le profesan sus barones autonómicos. Parapetado en su osadía, Sánchez necesitará algo más que la amarga purga de este fracaso electoral para quitarse de en medio. Sus adversarios tienen más argumentos que antes para enseñarle la puerta de salida, pero las luchas de poder no son argumentales. Son bélicas, cruentas, sanguinarias. Si la infantería no entra en Ferraz (y no parece haber nadie dispuesto a encarnar ese papel por miedo a la guardia de corps de la militancia), Sánchez seguirá llevando a los suyos de derrota en derrota hasta el exterminio total.

En cuanto a la posibilidad de que el PNV se pase al pelotón del sí a la investidura de Rajoy, los resultados del PP no pueden ser más desalentadores. No sé a qué venía la cara de júbilo que lució anoche Alfonso Alonso rodeado de palmeros entusiásticos. Sus resultados le convierten en absoluta e indefectiblemente prescindible. No tiene nada que ofrecer. Nada, al menos, que no pueda ofrecer el PSOE sin exigencias tan arriesgadas como la de apuntalar al candidato a la presidencia del Gobierno más odiado por el resto de fuerzas parlamentarias. El PP necesita al PNV, pero el PNV no necesita para nada al PP. A Urkullu le basta el apoyo de Idoia Mendía, con quien ya ha pactado en ayuntamientos y diputaciones, para gobernar con mayoría absoluta. En esas condiciones, ¿qué puede ofrecer Rajoy a cambio del apoyo de Aitor Esteban a su investidura? ¿El referéndum pactado que han solicitado los peneuvistas durante la campaña? ¿El reconocimiento de un Estado plurinacional? ¿El régimen de una soberanía compartida? En todo caso, nada bueno para la fortaleza del Estado, me temo.

Casi prefiero que sean los socialistas quienes le pidan al PNV, como contraprestación a su apoyo parlamentario, que acudan en socorro de Rajoy. Y no descarto que lo hagan, porque de hecho es lo que más les conviene. De ese modo salvarían la cara habiéndose negado a investir a Rajoy, le dejarían al frente de un gobierno infinitamente inestable y evitarían una mayoría más amplia del PP en unas terceras elecciones. Que el PNV se preste al juego es muy difícil, pero acaso sea la última esperanza de evitar la repetición electoral. Ya sólo nos queda ese clavo ardiendo donde agarrarnos.

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