En cierta ocasión, discutían en presencia de Agustín de Foxá, diplomático coñón de derechas, si debía decirse "Hispanoamérica", "Iberoamérica" o "Latinoamérica". Uno de los presentes dio por hecho que Foxá, tenido por franquista, defendería el uso de la muy fascista expresión Hispanoamérica. El diplomático se revolvió como una pantera y dijo: "De ‘Hispanoamérica’, nada. Yo digo ‘Latinoamérica’. Aquí la responsabilidad para todos." La anécdota demuestra los complejos de superioridad e inferioridad con los que tratamos los españoles a los pueblos hispanoamericanos. Creemos que allí anidan todos nuestros defectos mejorados y ampliados. Serían, según nosotros, una especie de españoles que han salido todavía más tarados que nosotros. Naturalmente, es una estupidez. No digo que, a veces, nuestras experiencias no puedan serles útiles. Pero en otras, más frecuentemente de lo que creemos, son ellos los que tienen algo que enseñarnos a sus primos mayores europeos. Un ejemplo abrumador es el no que el valiente pueblo colombiano ha dado a la humillante paz ofrecida por su presidente.
Cuando aquí se estuvo negociando con la ETA y se acordó todavía no sabemos bien qué, pero por lo menos la vuelta de los etarras a las instituciones, que es donde ahora están, y vaya usted a saber si también la entrega de Navarra, muy pocos se opusieron a la cobarde rendición. Se me dirá que aquí no hubo referéndum, pero, aunque lo hubiera habido, la vergonzante paz hubiera con seguridad ganado por goleada. Se me alegará que aquí no se ofreció a la ETA tanto como se ha ofrecido a las FARC, pero habrá que recordar que tampoco la ETA cometió tantos y tan espantosos crímenes como los guerrilleros comunistas colombianos. Se me aducirá que aquí no había un Uribe que… Ahí, no. Claro que aquí había un Uribe. El paralelismo con Aznar es evidente. Uribe, cuando abandonó el cargo, dejó unas FARC prácticamente derrotadas, igual que Aznar con la ETA. Al sucesor de cada uno le hubiera bastado seguir como su antecesor unos años más para lograr la derrota incondicional de los criminales. Sin embargo, para Santos y para Zapatero eso hubiera significado dejar que sus brillantes antecesores se llevaran la mayor parte del mérito. Para ser ellos los protagonistas de la paz había que negociar y pactar antes de que los terroristas estuvieran totalmente derrotados.
Puede que en Colombia todo haya sido enorme, los crímenes y las concesiones que para acabar con ellos se ofrecieron, pero cualitativamente la bajada de pantalones de Zapatero es igual que la de Santos. La diferencia es que, allí, el pueblo colombiano, a pesar de los muchos sufrimientos padecidos a cuenta del narcotráfico, las guerrillas comunistas y los paramilitares, tiene su dignidad en la suficiente estima como para decir "no" a quien la puso en almoneda. Aquí, la vendimos por cuatro chavos. Y tampoco nuestro Uribe estuvo a la altura. Hoy me siento orgulloso de hablar la misma lengua que los colombianos y avergonzado de no haber estado los españoles a la misma altura cuando se nos presentó la ocasión.