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EDITORIAL

La grotesca 'americanización' del golpismo separatista

El hecho de que personajes como Puigdemont o Romeva sean tan patéticos no quita gravedad a la intentona golpista que están llevando a cabo

Ajenos al más elemental sentido del ridículo, adictos a una historia política inventada y con los medios de difusión de su bochornosa propaganda haciéndoles de servil altavoz, el presidente regional de Cataluña y su pseudoministro de Exteriores no dejan de sumir en el descrédito internacional al Principado, cuya imagen parecen dispuestos a triturar.

Agotado el magro filón europeo, pues sólo los ultras de la Liga Norte y los Auténticos Finlandeses han prestado alguna atención a la pretendida internacionalización del proceso separatista, Carles Puigdemont y Raül Romeva han puesto la mira en los Estados Unidos de América, donde se han llegado a reunir con Jimmy Carter, el peor expresidente de esa nación, tan dispuesto a dejarse fotografiar con cualquier personaje estrafalario que acceda untar como es debido a su controvertida fundación, y entablado relación con el inefable congresista republicano Dana Rohrabacher, que exhibe como grandes méritos una estancia de dos semanas con los talibanes afganos y su apoyo tanto al nacionalismo kosovar como a la anexión de Crimea por parte del autócrata ruso, Vladímir Putin, con quien parece mantener una estrecha relación personal.

Rohrabacher ha devuelto ahora la visita a sus amigos españoles, que le han recibido en la sede del Gobierno regional de Cataluña con una pompa artificiosa que pone todavía más de relieve lo esperpéntico y provinciano de la operación. A los sones del himno de Estados Unidos y con la bandera regional catalana presidiendo el acto como si fuera una enseña estatal, Romeva y Puigdemont han perpetrado otra grotesca payasada de las que mueven a risa en las cancillerías europeas que los ningunean.

Ahora bien, el hecho de que personajes como Puigdemont o Romeva sean tan patéticos no quita gravedad a la intentona golpista que están llevando a cabo, ante la estupefaciente e indignante pasividad del Gobierno de Mariano Rajoy, cuyo delegado en Cataluña, Enric Milló, fungió de anfitrión de los visitadores del dúo organizando un recibimiento que muy bien podría haberse ahorrado, si no por decencia, por respeto a la Nación, a la que están ultrajando de manera intolerable.

El descrédito de las instituciones catalanas es también el de España en su conjunto, especialmente cuando las astracanadas de los separatistas tienen lugar en la escena internacional. La responsabilidad de guardar respeto a la ley y a España recae en el Gobierno de Rajoy, rebajado al papel de triste títere de unos políticos desnortados que están llevando a Cataluña a las más altas cotas del ridículo mundial.

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