El papa Francisco ha realizado una visita de dos días a El Cairo, en el transcurso de la cual ha participado en una especie de conferencia de paz organizada por la Universidad Al Azhar, la organización más influyente del islam suní en términos teológicos, políticos y sociales. Además de ser una institución superior consagrada a la enseñanza islámica, Al Azhar es un centro de poder religioso integrado por clérigos del máximo prestigio, cuyos mandatos y anatemas ejercen una influencia determinante en esa rama del islam, que agrupa al 80 por ciento de todos los musulmanes.
La visita del Papa a Egipto se ha producido pocas semanas después de unos ataques del terrorismo islámico contra varias iglesias coptas, que segaron la vida de 47 fieles, los cuales se sumaron a las más de 100 víctimas recientes de la sangrienta persecución de esa confesión cristiana, condenada a desaparecer a medio plazo de la tierra donde ya estaba asentada seis siglos antes del nacimiento del islam.
La situación de los cristianos en Egipto es dramática. Por si no bastara con los asesinatos directos y los continuos atentados islamistas, especialmente en el Sinaí, los cristianos se enfrentan a todo tipo de discriminaciones. Así, la minoría cristiana, que representa al menos al 10 por ciento de la población, vive a diario entre las amenazas de muerte de los islamistas ortodoxos y el desinterés del Gobierno, poco dispuesto a enemistarse con los islamistas moderados para proteger a esa minoría siempre acosada.
En este contexto, la visita del jefe de la Iglesia católica podría haber significado un gesto de apoyo a los cristianos que sufren persecución en el país. Sin embargo, el Papa ha preferido seguir exhibiendo el relativismo que caracteriza su pontificado con referencias a una perniciosa violencia genérica, fruto no de los mandatos de una ideología totalitaria como la islamista, sino de situaciones de pobreza que, a su juicio, llevan a musulmanes bondadosos a convertirse en peligrosos terroristas.
No puede sorprender que, en el discurso de réplica a estas palabras desafortunadas del Papa, el gran jeque de Al Azhar llegara al extremo grotesco de justificar los ataques terroristas islámicos en Occidente y siembran el pánico en todo el mundo con las cruzadas cristianas de hace diez siglos o el "robo de millones a los civiles autóctonos e indefensos del pueblo palestino", perpetrado a su juicio por los judíos israelíes.
Francisco, como corresponde al personaje, ha hecho gala en su visita a Egipto de una equidistancia y un relativismo moral que pone aún más en cuestión la supervivencia de la comunidad cristiana, a la que supuestamente acudía a proteger. Sus palabras, como máximo responsable de la Iglesia católica, deberían abochornar a los fieles de todo el mundo.