Recibo algunos correos quejándose de la ingenuidad de mi propuesta para que la lucha contra el terrorismo corra a cargo del Ejército (ahora dicen "Fuerzas Armadas"). No me he explicado bien, quizá porque tampoco tengo yo las ideas muy claras al respecto.
Desde luego, los Ejércitos, como están ahora, no sirven para luchar contra el terrorismo. Primero, porque el enemigo no representa una organización única y jerarquizada. Segundo, porque los Ejércitos actuales siguen la tradición de las guerras tradicionales en campo abierto.
La condición necesaria para que mi propuesta pueda tener algún sentido es que se altere radicalmente la formación y estructura de los militares. Por lo menos ya hemos avanzado en que, cuando intervienen en un territorio, los militares son profesionales, no soldados conscriptos (lo que antes se llamaba mili). Ya les cambiaron el uniforme a los militares, que ahora más parecen prisioneros o vagabundos. Tampoco es eso. La verdadera lucha antiterrorista que ahora comienza no requiere uniformes de ningún tipo. Se basa más bien en la información y en las acciones de comandos aparentemente aislados. Son las mismas armas que emplean los terroristas.
La Policía (aunque sea también una fuerza armada) está para otra cosa, para dar seguridad a la población. Por tanto, sí requiere uniformes, para hacerse visible. De ahí que la mejor policía sea la local, suponiendo que se halle bien dotada de medios. Parece un despropósito que la lucha antiterrorista sea una misión de la Policía.
El Ejército que se necesita hoy rompe los moldes nacionales. Los países verdaderamente democráticos deberían organizar un Ejército internacional para luchas sistemáticamente contra el terrorismo en sus varias versiones. Ni la ONU ni la OTAN se adaptan a esa necesidad. Son pesadas organizaciones nacidas de las condiciones geopolíticas como consecuencia de la II Guerra Mundial. Nos encontramos muy lejos de ese supuesto. El terrorismo actual se apoya en dos realidades nuevas: el islamismo beligerante y el comercio de las drogas alucinógenas. En algún país, como Afganistán, se funden esas dos realidades. La fuerza de las cuales se halla solo en sus comienzos. De ahí que la lucha antiterrorista tenga que ser esencialmente preventiva y desde luego de carácter internacional.
El Ejército ha sido siempre la organización que ha asumido el máximo riesgo de vidas humanas. Esa característica sigue estando vigente. Lo que cambia es el tipo de acción bélica, que hoy es fundamentalmente antiterrorista. Con la particularidad de quelos terroristas islámicos son muchas veces nacidos, o por lo menos avecindados, en los países donde ejercen su macabro destino.

