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La miseria de la política

Lo peor del fulanismo es que ahora se une a la corrupción.

"De la política nadie espera nada, porque la política, suprema conciencia colectiva nacional, se reduce aquí al arte de la producción, reparto y consumo del presupuesto". La frase es de Miguel de Unamuno, publicada en 1898. Se podría suscribir hoy mismo. Es la mejor demostración de que en España no pasa el tiempo. La notoria diferencia es que el Presupuesto del Estado en 1898 era una bagatela y hoy resulta muy sustancioso. Pero subsiste la idea de que los gobernantes se dedican primordialmente a distribuir el dinero que penosamente ha extraído el Fisco del bolsillo de los contribuyentes. Falta en la política nacional (y no digamos en la llamada autonómica) grandes proyectos de transformación. Todo lo más se arguye que los Gobiernos están para crear puestos de trabajo, como si eso fuera su función. Incluso se han arrumbado algunas de las grandes obras del pasado inmediato, como los trasvases de cuencas o las centrales nucleares. Por lo visto se consideran fascistas.

Un gran proyecto sería hoy el compromiso de que, en el plazo de unos pocos lustros, surgieran en la enseñanza superior de España unos cuantos premios Nobel científicos. (No valen los premios de Literatura o de la Paz, que se conceden por razones ideológicas). Para ello habría que empezar por la renovación a fondo de la enseñanza primaria, pero andamos muy lejos de tal empeño. Al menos hay que confiar en que, dentro de poco, empezarán a sobresalir en la enseñanza superior los estudiantes que son hijos de inmigrantes extranjeros, especialmente los chinos. Es algo que ha ocurrido en otras sociedades occidentales. No se colige que España vaya a ser una excepción.

Lo malo de la política actual es lo mucho que se parece a la antigua. Destaca el "fulanismo", que dijo también el bilbaíno de Salamanca. Es decir, el exceso de razones particulares en el funcionamiento de los partidos políticos. Lo peor del fulanismo es que ahora se une a la corrupción. Nadie discute que la gran mayoría de los políticos son personas honradas, movidas por su vocación de servicio a la colectividad. Pero muchos ascienden por su apego al enriquecimiento personal a través de los contactos que permite la vida pública. Por desgracia, ese mismo valor es el que domina en las recientes promociones de egresados universitarios.

En la política, como en todo, imperan las modas, lo que se lleva, normalmente como un proceso mimético de lo que sucede en los Estados Unidos y que se percibe a través de las películas y la tele. No hay más que ver el entusiasmo con el que los partidos españoles han acogido ciertas novedades procedentes de los Estados Unidos. Por ejemplo, las llamadas primarias, que aquí se hacen sin el mínimo requisito de un registro público de los votantes. En cuyo caso no son más que una farsa democrática en aras del control oligárquico de las formaciones políticas.

El mimetismo se logra igualmente con las llamadas comisiones de investigación del Congreso y el Senado. Las hemos visto en las películas norteamericanas y nos impresionan. Pero aquí son otra cosa. Los miembros de las comisiones parlamentarias españolas ejercen más bien como fiscales o incluso jueces.Sus intervenciones parecen proclamas de los mítines, son realmente alegatos doctrinarios. La función latente de tales comisiones es que sus miembros logren más nombradía a través de la televisión. Naturalmente, no investigan nada, aunque solo sea porque carecen de medios para ello. Una comedia así se mantiene porque se crea la ilusión de que así somos una verdadera democracia. Es algo parecido a lo que ocurre con las primarias.

También hemos visto en las películas o en la tele cómo son las conferencias de prensa de los altos cargos. En este caso el mimetismo es perfecto. Solo que en España los periodistas no tienen el derecho a repreguntar, por lo que el alto cargo delante del atril se limita a salir por los cerros de Úbeda. Es decir, la pregunta queda sin respuesta cuando el alto cargo considera que no vale la pena contestarla. El colmo de la farsa es el de seguir hablando de conferencias de prensa cuando no se da pie a ningún tipo de preguntas. En ese caso resulta un misterio por qué los periodistas aguantan tal desprecio. No se recuerda que hayan plantado nunca a un político que utiliza el formato de la conferencia de prensa para hacer declaraciones más o menos propagandísticas.

Nos alojamos en el mundo de la imagen. Otra moda importada de los Estados Unidos es el formato de los mítines o asambleas de los partidos, sobre todo en los actos electorales. El político se sitúa frente a un atril o podio, pero no presidiendo la ceremonia, sino haciendo ver que detrás de él se sitúa una escogida muestra de participantes, normalmente jóvenes. Incluso se llega al mimetismo de que aparezca algún negro. De esa forma el espectador de la tele percibe siempre la imagen del orador apoyada por las caras entusiasmadas de los que se sientan a su espalda. Los cuales aparecen muy contentos porque así salen en la tele. Nadie ha podido averiguar cómo se seleccionan esos privilegiados. ¿Recibirán algún tipo de retribución? ¿Pagarán algo ellos por el privilegio?

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