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Cristina Losada

Pedro y el humo de naciones

Lejos de servir para apagar el incendio separatista, esas señales de humo están enviando a los incendiarios un mensaje de comprensión y simpatía.

Lejos de servir para apagar el incendio separatista, esas señales de humo están enviando a los incendiarios un mensaje de comprensión y simpatía.
Pedro Sánchez | EFE

En el inicio del curso, Pedro Sánchez nos ha propuesto un problema. Así, la rentrée política es más como la vuelta a clase. Se esperaba, lo esperaba la prensa, que Sánchez resolviera el problema que había dejado colgando en los exámenes anteriores. No era tan difícil, a simple vista. Este es el enunciado: Si España es plurinacional, ¿cuántas son las naciones que hay en España? Bien. Pues mal. En segunda convocatoria, el secretario general del partido que aprobó, y dio por probado, el hecho plurinacional nos ha dejado, en lugar de una respuesta, otro enigma. "Todas las naciones son España", fue lo que respondió.

El laconismo de Sánchez –laconismo por lo breve, no por lo exacto– ha causado perplejidad. ¿Quiere decir que España es el conjunto de las naciones que dice que hay en España, y que no revela cuántas son? ¿Significa que es España cada una de las naciones que afirma que hay en España, aunque no puede decir cuáles son? Podríamos continuar preguntándonos qué ha querido decir y acabar el curso igual que lo hemos empezado: sin saber que ha dicho. Lo que sí sabemos ya es esto: el PSOE no quiere decir ni cuántas ni cuáles son las naciones de su España plurinacional. Y es lógico que no quiera decirlo.

Es lógico, no sólo por lo que estamos pensando: el agravio comparativo, que es el agravio que primero surge entre comunidades autónomas. ¡Imagínese que nombrara a las naciones! ¿Esa sí, pero ésta no? Doy por sentado que la dinámica del café para todos regiría en este asunto como ha regido en otros. Y que ser nación se vería como un estadio superior a la nacionalidad histórica, que es lo que se puso en la Constitución, a pesar de las advertencias de Julián Marías, quien dijo:

No hay nacionalidades –ni en España ni en parte alguna–, porque nacionalidad no es el nombre de ninguna unidad social ni política, sino un nombre abstracto, que significa una propiedad, afección o condición.

Ni caso le hicieron. En el mismo artículo, del año 1978, Marías, que era senador, dijo a modo de desafío, respecto de las nacionalidades:

En una Constitución, habría que decir cuáles son, y me gustaría saber quién se atreve a hacerlo, y con qué autoridad.

Entonces nadie se atrevió a decir cuáles eran las nacionalidades históricas y, por tanto, cuáles no. Ahora tampoco se atreve el PSOE a decir cuáles son las naciones y, por tanto, cuáles no. No sólo por lo que estábamos pensando. Está el problema del humo. El problema del humo en política es que no se puede despejar. En el momento en que se despeja, se descubre que no hay nada. En el instante en que el vendedor de humo empieza a describir su mercancía, el encantamiento desaparece: donde prometía algo sugerente, aparece algo ridículo.

Para que el humo de naciones que está ofreciendo Sánchez haga su función, como humo tiene que permanecer. Lo cual nos lleva a otro problema, el más importante. Lejos de servir para apagar el incendio separatista, esas señales de humo están enviando a los incendiarios un mensaje de comprensión y simpatía.

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