La muerte de Marc y Paula, dos jóvenes veinteañeros, en el pantano de Susqueda fue cosa de un monstruo. Alguien frío que después de matarlos procuró hacerlos desaparecer. En la tele me han preguntado si veo algún punto de contacto entre este crimen y el primer asesinato de quien ha sido señalado como presunto autor. Yo digo que sí: veo la frialdad extrema y la obsesión por ejecutar. Eso no quiere decir que atribuya la autoría al sospechoso. De eso se ocupa la Policía autonómica, que dice estar segura de su culpabilidad. Yo me limito a señalar la monstruosidad de la acción, que en los dos casos es la misma.
La esposa del sospechoso fue rematada en el suelo con un cuarto disparo de una escopeta semiautomática, que el criminal tuvo que recargar, y pese a eso la Justicia fue especialmente comprensiva con el reo, al que aplicó un atenuante de trastorno de personalidad que le quitó cinco años de condena. Así que, entre eso y la peculiar aritmética penitenciaria, al final cumplió doce por uno de los más repugnantes asesinatos machistas que jamás hayan tenido lugar. La defensa lo califica de crimen pasional, pero el crimen pasional no existe. Esto fue un asesinato planificado, sin arrebato alguno, en el que el criminal estuvo esperando en su coche con la escopeta y mucha calma hasta que descubrió a la mujer desprevenida, matándola de forma ruin y cobarde. Del supuesto problema psíquico que le vino a ver no se ha vuelto a hablar, y me extrañaría que hubiera sido tratado durante todos estos años.
Pero lo cierto es que el asesino supo desempeñar una actuación ante el jurado de legos que le quedó bordada, por mucho que estuviera sobreactuado y lo que decía sonara más falso que un duro falso. No obstante, la culpabilidad del investigado no es asunto de lo que crea la Policía o deje de creer, sino de lo que se pueda demostrar.
Marc y Paula tuvieron un mal encuentro en el pantano. Tal vez se produjo nada más llegar y, por lo que sea, les dejó muy preocupados y sin fondos, hasta el punto de que tuvieron que ir a sacar dinero al cajero, donde se tomó la última imagen de sus vidas con esa cara de espanto que los dos presentan. A mí su muerte, con especial ensañamiento en el cuerpo del muchacho y el tiro de gracia en la cabeza de la chica, me recuerda los crímenes del Bandido de la Luz Roja, Caryl Chessman, aquel asqueroso violador que actuaba al acecho. Su forma de ataque es el clásico de observar a las parejas dentro de los coches hasta que la excitación le obliga a intervenir violentando a los jóvenes, especialmente deshaciéndose del varón y abusando de la chica. ¿Fue esto lo que pasó en el pantano? ¿Fue lo que hizo el monstruo?
Para mí unos cadáveres desnudos indican abuso sexual. Los criminales no hacen nada que signifique esfuerzo si no es por un interés máximo. Podría haber dejado los cuerpos expuestos al sol y el resultado habría sido el mismo: no habría nada que lo ligase a lo ocurrido, a menos que pudiera probarse el hábito del asaltante, mitad mirón, mitad onanista, en medio de los efluvios de sustancias tóxicas.
Si el asesino desnudó los cuerpos y se tomó la molestia de trasladar el coche y el kayak, así como de lastrar los cadáveres para hacerlos desaparecer, es porque pretendía seguir frecuentando el lugar, manteniendo la actividad que le llevó hasta el pantano. Una actividad lucrativa o al menos satisfactoria, quizá de rapiña y ludibrio.
Ha pasado mucho tiempo desde las muertes. La búsqueda frenética de pruebas o rastros biológicos tal vez indique que es preciso fundamentar más la acusación. No se debe olvidar que el sospechoso tiene una amplia experiencia en reducir al mínimo el reproche penal por los más horribles motivos. La pregunta es si la aplicación que se hace de las leyes es suficiente para prevenir la actuación de un monstruo en el pantano.

