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Cristina Losada

El feminismo punitivo

Ante la mínima divergencia, se monta un tribunal popular para juzgar y quemar en efigie al hereje.

Ante la mínima divergencia, se monta un tribunal popular para juzgar y quemar en efigie al hereje.
EFE

El otro día, la prensa resucitó un artículo del año 2006 que cuestionaba aspectos centrales de la Ley contra la Violencia de Género. Venía a cuento de la polémica por las posiciones de Vox contra esa ley. Y el interés del artículo rescatado estaba no sólo en sus ideas, sino en sus autoras. Lo promovía un grupo de mujeres que están en el feminismo desde mucho antes que las que hoy pasan por ser sus líderes indiscutibles, las que deciden qué es y quién es feminista –y sobre todo quién no–, y que son, en cualquier caso, las estrellas políticas, mediáticas y comerciales del asunto.

Empar Pineda, Justa Montero, Paloma Uría, Cristina Garaizabal y las juezas María Sanahuja y Manuela Carmena estaban entre las primeras firmantes de aquel texto a contracorriente, que era un manifiesto de presentación. Reconocían ya entonces, hace trece años, que sus opiniones eran prácticamente invisibles, eclipsadas como estaban por un feminismo que había logrado imponer sus puntos de vista en las iniciativas del Gobierno Zapatero sobre la política relacionada con la mujer.

Las firmantes exponían su desacuerdo total con dos ideas que impregnaban la Ley contra la Violencia de Género, aprobada en 2004. Una, la que establecía el "impulso masculino de dominio como único factor desencadenante de la violencia contra las mujeres", ignorando el conjunto de factores que intervienen. Otra, su "filosofía del castigo", que daba por supuesto que el Código Penal y las penas más duras constituían la "solución para resolver los problemas y conflictos". Desde la experiencia –experiencia de la que carecen la mayoría de las lideresas feministas de hoy– decían que "más castigo no implica menos delito ni mayor protección para las víctimas".

Pineda y las demás no eludían el cuerpo a cuerpo con el feminismo hegemónico. Desaprobaban su tendencia a buscar "una excesiva tutela de las leyes sobre la vida de las mujeres", con una actitud proteccionista que implica que las mujeres son incapaces de ejercer su autonomía. Y censuraban que presentara a hombres y mujeres como si fueran de naturalezas distintas y blindadas: las mujeres, siempre víctimas; los hombres, siempre dominadores. "La imagen de víctimas nos hace un flaco favor a las mujeres", decían, lo mismo que la visión simplificadora de los hombres. Manifestaban que su objetivo era conseguir la igualdad, "no aniquilar a quienes discriminan y oprimen" y se distanciaban de "un feminismo revanchista y vengativo".

Tantos años después, la pregunta es qué pasó. Porque en 2006 el feminismo revanchista y vengativo ya se llevaba el gato al agua, pero en 2019 es el único realmente existente y dictante: es el que manda, y de forma dictatorial. Una prueba del algodón es la Ley contra la Violencia de Género. Hace trece años, unas cuantas feministas de toda la vida podían criticarla y lo peor que podía ocurrir –y ocurrió– es que su crítica pasara inadvertida y nadie les hiciera caso. Hoy, cualquier cuestionamiento de aspectos o ideas de aquella ley, venga de donde venga, es anatema y prácticamente criminal. Ante la mínima divergencia, se monta un tribunal popular para juzgar y quemar en efigie al hereje.

¿Qué ha pasado? La respuesta está en los medios. Sólo en parte. Pero en buena parte. En esa década y pico aquel feminismo revanchista ha ganado en poder institucional o político, pero ha ganado mucho más poder mediático. Su "filosofía del castigo" no la aplica sólo a la legislación, sino a quien lleve la contraria. Es ya un feminismo punitivo que penaliza la disidencia y prohíbe la discusión. De hecho, las promotoras del manifiesto de 2006 no han vuelto a hacer el ejercicio crítico. Su grupo Otras Voces Feministas dejó de tener actividad hace años. Y alguna de las firmantes se ha subido al carro del feminismo vengativo que antes denunciaba. Es mucho más rentable. En realidad, para las feministas veteranas es casi la única oportunidad de tener algún rol público. O se suman a las revanchistas o quedan en la marginalidad, desplazadas por las que se han alzado con el santo y la limosna del feminismo. Que son, naturalmente, jóvenes y fotogénicas. ¿Feminismo?

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