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Jesús Laínz

La incesante tergiversación izquierdista

Si eliminamos el respeto por fascista, si decretamos la igualdad de los desiguales, no nos quejemos de las consecuencias: el desorden y la violencia.

Si eliminamos el respeto por fascista, si decretamos la igualdad de los desiguales, no nos quejemos de las consecuencias: el desorden y la violencia.

Un amigo malintencionado me envía un vídeo muy divertido sobre la locura neopedagógica en las aulas estadounidenses. La historieta va de una profesora que suspende a un alumno por haber respondido que dos más dos son veintidós. Cuando le explica su error, el niño se enrabieta; sus padres, proclamando que su hijo es un librepensador, la acusan de nazi; se organizan protestas contra ella por odiar a los niños; se denuncia que corregir la ignorancia puede causar estrés emocional; los expertos pedagogos afirman que caben varias opiniones sobre el resultado de la suma de dos más dos, por lo que afean a la profesora sus puntos de vista extremistas; y finalmente, pierde su puesto de trabajo.

Pero lo más interesante de todo es que acusan a la pobre profesora, estupefacta ante tanta locura, de ser una progre e incluso una comunista. Y aquí está el meollo del asunto, porque una sátira de las neopedagogías progresistas, que tan bien marchaba, de repente se desploma porque la sensata profesora queda finalmente como una progresista enfrentada al necio tradicionalismo de sus linchadores. Cuando la realidad es exactamente la contraria: los linchadores son los impulsores del absurdo totalitarismo progresista y la linchada es, simplemente, la defensora de la escuela tradicional y del muy tradicional sentido común, ése que dijo, dice y dirá que dos más dos son cuatro.

Fenómeno paralelo es el del incesante aumento de la violencia infantil desde los años 60, aquella prodigiosa década de Cohn-Bendit, los Beatles y el Che en la que se parió este medio siglo que llevamos de triunfo antiautoritario. Las cifras lo dejan muy claro: no hacen más que crecer los casos de violencia, tanto de niños entre sí como de niños contra los profesores y de niños contra sus padres. Lo que hasta hace dos generaciones era inimaginable, ahora es un fenómeno creciente para el que sociólogos y psicólogos, presos ellos también de su formación progresista, no encuentran explicación. Pero la explicación es muy sencilla: si eliminamos el respeto por fascista, si decretamos la igualdad de los desiguales y si declaramos que toda autoridad –de padres, de maestros, de los que saben, del Estado– es intrínsecamente perversa, luego no nos quejemos de las consecuencias: el desorden y la violencia. Pues bien, hasta esto ha sido tergiversado, y ahí están los oráculos progresistas pontificando que estas cosas suceden por culpa de las adherencias reaccionarias todavía no extirpadas, ya que cuando se haya logrado instaurar del todo los mandamientos igualitarios, los seres humanos se convertirán por fin en seres angelicales y la sociedad, en el paraíso terrenal.

La pulsión de los izquierdistas hacia la tergiversación es invencible, tan invencible como la de sus aliados separatistas, dicho sea de paso. Porque siempre acaban apañándoselas para traspasar todas sus culpas a sus enemigos, con lo que ellos quedan purificados con efectos retroactivos y para toda la eternidad.

Por ejemplo, cuando a los izquierdistas caviar, que tan cómodamente luchaban contra el capitalismo disfrutando de sus placeres, no les quedó más remedio que constatar el hundimiento de la URSS y demás regímenes hermanos, encontraron rápidamente una explicación para no admitir que tanto fracaso, tanto horror y tanta tiranía fuesen las consecuencias lógicas de la ideología socialista: es que el de la URSS no había sido un régimen socialista, sino fascista.

La ETA, organización marxista cuyos objetivos estratégicos, muy claramente proclamados, son "independencia y socialismo", y que contó con los aplausos de la izquierda española y mundial durante décadas, acabó siendo calificada de fascista. Todos los partidos políticos españoles, de izquierda y derecha, no cesan de considerar a etarras, portavoces, aliados y cachorros una banda de fascistas. Y en la España del último medio siglo, en la que el 99% de los atentados terroristas fueron obra de grupos izquierdistas (ETA, Comandos Autónomos Anticapitalistas, GRAPO, FRAP, Terra Lliure, etc.), las masas izquierdistas se quedaron –y se siguen quedando– afónicas de gritar a los derechistas "¡Vosotros, fascistas, sois los terroristas!".

Ahora, aunque las pistolas etarras estén calladas por estrategia, la violencia política izquierdista sigue gozando de muy buena salud. Como estamos viendo en estas jornadas electorales, casi no hay acto de los partidos tenidos por derechistas (PP, Cs y Vox) que no vaya acompañado de agresiones verbales y físicas por parte de todo tipo de izquierdistas y separatistas. El adjetivo más empleado contra ellos es, obviamente, el de fascistas. Exactamente el mismo que éstos les devuelven. Mussolini estaría encantado de contemplar su éxito póstumo: ¡Todo el mundo es fascista! (Recién concluidas estas líneas, aparece en la prensa que Rosa Díez acaba de llamarlos "fascistas rojos", insistiendo en el concepto acuñado hace ya algunos años por el antiguo comunista Antonio Elorza).

A las feministas más selváticas, ésas que corean lemas tan poéticos como "Hetero muerto, abono pa mi huerto", "No nos duele la cabeza, es que no sabéis follar", "La Inmaculada Concepción es una violación", "La talla 38 me oprime el chocho", "No quiero tu piropo, quiero que te mueras" o "En invierno y en otoño, hago lo que me sale del coño", feministas que saludan puño en alto, que se envuelven en banderas republicanas, que se adornan con hoces y martillos, que votan en masa a los partidos de izquierda y que odian todo lo que ellas consideran derechista, ahora todo el mundo las llama feminazis. Sorprendente calificativo, vive Dios, pues la concepción nazi de la mujer –no inventada por Hitler, evidentemente, sino heredada de siglos anteriores– se resumió en aquellas tres kas que representaban, desde su acuñación en tiempos guillerminos, las responsabilidades que les estaban destinadas: Kinder, Küche, Kirche (niños, cocina e iglesia), exactamente lo contrario de lo que representan estas aguerridas mozas que abominan de la iglesia ("Arderéis como en el 36"), de los niños ("Os beberéis la sangre de nuestros abortos") y de la cocina ("Si quieres cenar, me comes el coño"). A nadie se le ha ocurrido llamarlas femirrojas, que es lo que son, ya que los que mandan en asuntos de ingeniería ideológico-lingüística han decidido, una vez más, que hay que transferir la culpa llamándolas feminazis.

Y, para no cansar, simplemente recordemos las autorizadas palabras del comunista Gaspar Llamazares: "Ningún terrorismo es de izquierdas"; las de su sucesor Alberto Garzón: "Un delincuente no puede ser de izquierdas"; y las de Pedro Sánchez: "La izquierda nada tiene que ver con Maduro. La izquierda es todo lo opuesto a Maduro".

¿Lo ha comprendido ya, derechista lector? ¿A qué está esperando para arrepentirse de sus pecados, convertirse a la fe izquierdista y ganarse una plaza a la siniestra de Dios Padre?

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