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Reivindicación de la idea de pueblo

No estaría mal que todos los partidos se movieran en la dirección de primar la consideración del pueblo como sujeto de la acción política.

Llama la atención la persistente ausencia de la voz pueblo en la discusión política actual, cuando se trata de un concepto de inveterada raigambre. Recordemos el celebérrimo senatus populusque romanus, la aspiración de que el poder contara con el común de los ciudadanos o al menos de que fuera beneficioso para ellos.

Hoy tenemos un partido que se titula Popular, otro que se llama Ciudadanos y un tercero, Unidas Podemos, que los observadores titulan de "populista". Son embargo, en los tres destaca la resistencia a referirse al pueblo español. No digamos en otro partido que se sabe solo "obrero español". Solo los voceros de Vox acuden de vez en cuando al sintagma "pueblo español". En los ambientes políticos se oye mucho decir "pueblo andaluz/catalán/vasco", etc. Pero seguimos sin muchas referencias al pueblo español. Nótese que el Defensor del Pueblo es uno de los organismos más inanes de la Administración Pública.

Resulta curiosa la dualidad de la palabra pueblo en la lengua castellana. Significa tanto el conjunto de habitantes de una localidad como el paisaje de edificios y otros elementos físicos de ese mismo lugar. Es parecida la dualidad que mantiene la enaltecida palabra hogar, que es tanto el grupo familiar o doméstico como el fuego que simboliza la unión entre sus miembros. En los censos de población antiguos las familias eran fuegos. También se utiliza pueblo para designar un núcleo o ambiente rural, una ciudad pequeña.

Fuera de su origen en el imperio romano, en la Europa contemporánea cristaliza la noción política de pueblo como el conjunto de habitantes de un país en sus relaciones con el poder y en cuanto sujeto de la soberanía. Se trata más bien de un desiderátum, pues a fin de cuentas es el Gobierno quien administra la soberanía, como antes lo hiciera el rey absoluto.

No se entiende bien por qué no se utiliza más un término con tanta prosapia como pueblo en el discurso político actual de los españoles. Se prefiere el vulgarismo de gente o el cultismo de ciudadanía. No me detengo en la ironía de "ciudadanos y ciudadanas".

Sería bueno recobrar el término castizo de pueblo para referirnos al vecindario o los contribuyentes en cuanto sujetos pasivos de la acción de los gobernantes. No sirve muy bien el equivalente de ciudadanía porque no se trata solo de derechos políticos sino del bienestar o el padecimiento que causa el peso del Gobierno. Casi todo lo que se dice públicamente sobre la política se predica normalmente del lado de los que mandan. Hora es ya de acordarnos de los que simplemente tienen que obedecer o padecer las leyes. Ese cambio de rumbo es más interesante que asegurar que un partido político aparezca como progresista o conservador, de izquierdas o de derechas. Un buen ejemplo de anteponer el punto de vista de los que mandan es la insistencia de un partido al pedir el "voto útil" de los que pudieran votar a otro. Se trata de una intolerable forma de presión cercana a la inmoralidad.

El carácter sorprendente que tiene la irrupción (esa es la palabra que se emplea) de Vox en el panorama político es que suele adoptar con alguna frecuencia el punto de vista del pueblo. Eso es algo que contraviene los usos políticos establecidos y, por tanto, genera una cierta animadversión general. La prueba es que a Vox se le tilda de "extrema derecha", que quiere decir que los demás partidos parten más bien de la perspectiva del poder.

No estaría mal que todos los partidos se movieran en la dirección de primar la consideración del pueblo como sujeto de la acción política. No en el sentido de halagar los sentimientos del populacho (que eso es el populismo), sino en el de primar los lógicos intereses del común. Por ejemplo, esa conversión se notaría si los partidos políticos administraran con mucha mayor sobriedad los gastos propios y no digamos el gasto público cuando tocaran poder. Un buen indicio de tal giro sería el morigerado uso de los coches oficiales, cuyo parque no ha dejado de crecer desde los tiempos del franquismo. La alegría en el dispendio del gasto público por parte de los partidos de la izquierda se denomina presupuesto expansivo. Suele aducirse que tal expansión se hace en pro del gasto social, sin especificar el coste parasitario de muchos gastos burocráticos, y no digamos del nepotismo u otras formas de corrupción. El primer axioma que los políticos deberían suponer es que el pueblo no es tonto.

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