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Antonio Robles

Los cotillas digitales

A la luz de tanta morralla, ¿quién puede refutar hoy la sentencia de Hume cuando sostuvo, frente a Rousseau, que el hombre es malo por naturaleza?

El suicidio de una mujer casada y con dos hijos pequeños, a causa de la difusión de un vídeo de cariz sexual grabado cinco años atrás y difundido por un novio despechado, es un hecho terrible. Pero el escalofrío de una muerte tan gratuita sólo es la punta del iceberg de un tiempo en que los medios digitales están sacando lo peor del ser humano.

Nunca antes en la historia de la humanidad los chismosos tuvieron tanto prestigio. De personajes ridículos y despreciados han pasado al famoseo en tertulias del corazón, y adquirido recompensa social en las RRSS. Algunos viven de ello.

Del cotilleo de visillo a tiempo parcial hemos pasado al empleo masivo a tiempo completo con las armas digitales. Nunca antes los difusores de bulos, los cobardes, despechados y rencorosos, junto a graciosillos, ignorantes e irresponsables del reenvío anónimo, tuvieron una herramienta tan eficaz y perversa para vomitar lo peor del ser humano y hacer daño. El bullying en la escuela, las filtraciones maliciosas de empresas y políticos, las grabaciones para escarnio público o mofa gratuita, el espionaje y el chantaje posterior… lo han infectado todo.

Los valores que la humanidad ha acrisolado a lo largo de los siglos para embridar a Caín han saltado por los aires con nuestros smartphones y sus apps. El respeto a la intimidad, a la verdad, al otro, han sido sus primeras víctimas. Sin tiempo ni reglas de juego para metabolizar sus cambios, las nuevas generaciones crecen y se forman en mitad de esa cloaca sin marcos de referencia ni sanciones sociales. Y sobrepasan a las viejas. Ni siquiera las familias y la educación ilustrada pueden competir con el aire. La basura inunda las ondas, y estas están en todas partes. La ignorancia se ha adueñado de las redes.

Ahora, "el medio es el mensaje" de Marshall Mcluhan es una inmensa caja de Pandora abierta en canal que supura lo más primitivo de la naturaleza humana. No hay grupo de WhatsApp, Instagram, Telegram, chat o foro digital donde no se imponga lo peor de cada participante, a la tolerancia, a la razón o al sentido común más corriente. No me estoy refiriendo solo al cibersexo y al sexting en sus usos de pornovenganza, también a memes, flyers, montajes de YouTube, que replican como nunca el machismo más ramplón, el desprecio por la inteligencia, los chistes racistas, la grosería indiscriminada, la falta de respeto argumental, el insulto, el escarnio público o la burla por la desgracia ajena. Amparados por el anonimato, se enzarzan con un desprecio a la verdad y al otro que pareciera no haber existido nunca civilización alguna.

No es mejor la proliferación de diarios digitales sin la mínima profilaxis periodística. La inmediatez, la competencia y la falta de escrúpulos generan bulos (fake news) que, en el caso de la política o la competencia comercial, impiden distinguir la verdad de la mentira. El daño que están haciendo a la ciencia y a la confianza entre nosotros mismos está alcanzando unos niveles altamente tóxicos. Como en el tango "Cambalache", los ignorantes nos han igualao. Aunque sería bueno recordar que Enrique Santos Discépolo escribió este clásico en 1934. Para relativizar las nuevas plagas y sus causas.

A la luz de tanta morralla, ¿quién puede refutar hoy la sentencia de Hume cuando sostuvo, frente a Rousseau, que el hombre es malo por naturaleza?

La inconsciencia de quienes difundieron el vídeo de Verónica con contenido sexual es tan general que reducir la tragedia al entorno de sus compañeros es como reducir la Segunda Guerra Mundial a indicios previos como la Noche de los Cristales Rotos. Todos estamos revolcándonos en este lodo, y sólo el azar nos libra de compartir una tragedia parecida. Así de inconscientes somos ante una herramienta con vida propia que nos hace inconscientes de la responsabilidad que adquirimos al utilizarla. Más o menos como cuando usamos el móvil conduciendo. Es más peligroso que el alcohol, pero no lo percibimos así.

La educación lo es todo. A veces lo perdemos de vista.

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