El PSOE es un agujero negro que atrae, traga, digiere y destruye casi todo lo que pulula a su alrededor. Está el caso del PSP de Enrique Tierno, convertido de viejo profesor en alcalde de opereta, y Raúl Morodo, intelectual reducido a embajador de corrupciones en Venezuela. Está el caso de los comunistas hartos de no pisar moqueta, como Enrique Curiel o Diego López Garrido, que siguieron sin pisarla pero al menos les dejaron acercarse. La maniobra de hoy pretende hacer lo propio con Albert Rivera y su partido.
No puede ser coincidencia que, pasados dos meses de las elecciones generales, coincidan en el mismo día los llamamientos de Felipe González y Juan Luis Cebrián con las dimisiones de dos notables miembros de la dirección de Ciudadanos. El caso de Cebrián es el más notable porque, para investirse de autoridad, se califica a sí mismo de liberal. ¡Liberal! Él, que pasó sin solución de continuidad del falangismo paterno al socialismo de pesebre. Él, que fue amigo de la Unión Soviética mientras el Politburó tuvo con qué ser agradecido. Él, que fue paradigma de la equidistancia entre la Policía y la ETA. Él, que se vendió al PSOE de Felipe González. Claro, que esto lo reconoce. Y, como lo reconoce, dice de Felipe González que siempre fue un social-liberal, un oxímoron muy propio de un académico. De modo que si tanto Cebrián como González son liberales, ¿quién puede tener más autoridad que ellos para exigir a Rivera que deje gobernar al también muy liberal Sánchez?
Los muy fariseos justifican la presión con el argumento del bien de España, la necesidad de evitar que Sánchez se vea obligado a depender de los separatistas. A otro perro con ese hueso. La política del PSOE desde los tiempos de Zapatero es cerrar una alianza estratégica con el nacionalismo, incluido el reaccionario, con el fin de aislar a la derecha e impedir que la mayoría sociológica conservadora de España se traduzca en sucesivos Gobiernos liberal-conservadores. Y en el diseño de esa estrategia fueron cruciales tanto González como Cebrián. Por eso nadie, y por supuesto tampoco ellos, presiona a Sánchez para que haga una oferta a Rivera que éste pueda aceptar. Al contrario, de Rivera se exige que dé un cheque en blanco a Sánchez y le permita aplicar su programa, que es, en economía, el de Podemos, y en el conflicto territorial, el de dialogar con golpistas, separatistas y filoetarras. Y ¿qué ventaja tendría que Sánchez pudiera hacer él solo lo mismo que haría con Podemos y los nacionalistas? Para España, ninguna. Pero para Sánchez y el PSOE, muchas. Así, podrían disfrutar del poder en solitario sin necesidad de compartir sinecuras y les cabría disfrazar sus disparates económicos de progresismo y sus cesiones a los nacionalistas de capacidad de diálogo. El único peaje que tendrían que pagar es el que les exigiera Macron. Pero ése lo pagaría España, no Sánchez.
¿Y qué quedaría de Rivera y de su partido? Ni las raspas.