Tienen razón quienes acusan a Sánchez de gobernar como si estuviera en una permanente campaña electoral. ¿Qué tipo de legitimidad otorgamos a esa forma de ejercer el poder?, ¿qué legitimidad democrática puede tener un Gobierno en funciones cuyo presidente se comporta como si se tratara de alguien que instrumentaliza la institución para beneficio de su partido?, ¿qué legitimidad política damos a quien usa el poder pro domo sua sin preocuparse de hallar un Gobierno estable? Tiendo a pensar que esa actitud está lejos de ser un forma democrática de ejercicio del gobierno. Este lamentable espíritu antidemocrático, y esto es lo peor, imanta al resto de fuerzas políticas. El comportamiento ambiguo del PSOE de Sánchez con la democracia está extendiéndose al resto de los partidos. Sí, los partidos políticos se alejan cada vez más de la ciudadanía. Y, lo que es peor, ponen en cuestión el sistema democrático por un exceso de egoísmo, particularismo y dogmatismo en sus objetivos. Las mayores agencias de socialización política de España corren el riesgo de olvidar para qué fueron creadas: el servicio a la nación española.
Porque el primer deber de los partidos es conformar Gobiernos que no paralicen la actividad legislativa, resuelvan los problemas económicos y sociales y, en fin, no endeuden más al país con gastos sociales inútiles, es menester recordar una obviedad: sin un Ejecutivo sólido y decente no hay democracia. No caeré, sin embargo, en la crítica frívola de reducir las funciones de los partidos a la de ser únicamente agencias de colocación de los políticos profesionales. Pero es innegable que por ahí puede provocarse la principal ruptura o distanciamiento entre la ciudadanía y la clase dirigente. Toda la política española está quedando reducida a una larga y opaca campaña electoral. Los ciudadanos quieren estabilidad política y soluciones a los grandes problemas, aspiran a que se establezcan acuerdos de Estado que traigan tranquilidad institucional, pero los partidos solo quieren enfrentamientos y descalificaciones, ocupar todos los espacios y culpar al oponente de todos sus problemas… Creo que la dosis de crispación y enfrentamiento entre los partidos políticos no corresponde con las formas de vida de la sociedad española.
¿Quienes son los principales irresponsables de este desaguisado o, al menos, contradicción entre la lucha partidista y las aspiraciones de los ciudadanos? Sin duda alguna, los políticos, porque no cumplen una regla básica de la democracia: un medio para acceder al poder no puede convertirse en un fin. Ningún partido queda libre de responsabilidades en este asunto, aunque sea el PSOE el que ha llevado la iniciativa en este proceso de desmoronamiento del poder democrático. Ni la moción de censura que llevó a Sanchez al poder, apoyada por las fuerzas política más dispares y heterogéneas y, sobre todo, por partidos que tratan de romper la nación, ni la pírrica victoria del PSOE en las últimas elecciones dan legitimidad, en mi opinión, al Gobierno socialista para reducir nuestro sistema democrático a una permanente campaña electoral, que en el mejor de los casos solo tiene unos únicos beneficiarios: los dirigentes de los partidos. A la luz de esta crispación y enfrentamiento entre los representantes políticos, que más se presentan como detentadores del poder de las instituciones públicas que como representantes temporales de la ciudadanía, pareciera que la gobernabilidad, la estabilidad política de la nación, ya no fuera una pieza clave del del sistema democrático.
La indolencia de nuestros políticos es pagada a un precio muy alto por los ciudadanos: crecimiento del desempleo, agravamiento de los problemas sociales y, sobre todo, falta de ilusión por un futuro democrático. O España se determina en el porvenir o nos quedamos estancados en lo peor de nuestro pasado. Es en el porvenir, más que en el pasado, donde hemos de hallar las energías suficientes para una España mejor. Resulta tan alarmante que Pedro Sánchez, el Gobierno en funciones, haga depender la gobernabilidad de España de la aceptación de Pablo Iglesias de las 370 medidas propuestas en su mitin de Chamartín como que la oposición, especialmente el PP y Cs, siga cruzada de brazos, esperando entrar en el final de esta horrible y larga campaña electoral que está poniendo en cuestión todo el sistema político. Es peor que ridículo que en la democracia española la conformación de un Gobierno se haga depender de una fuerza política que hace cinco años era extraparlamentaria. Es dramático. Y, por supuesto, no deja de revestir rasgos de tragedia que un partido llamado a ser la regeneración del sistema languidezca cruzado de brazos.