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Cristina Losada

La coalición que quiere Iglesias

Para todos aquellos que intentan demostrar que la izquierda y el nacionalismo son incompatibles, el caso de Podemos es un hueso especialmente duro de roer.

Para todos aquellos que intentan demostrar que la izquierda y el nacionalismo son incompatibles, el caso de Podemos es un hueso especialmente duro de roer.
EFE

Para todos aquellos que intentan demostrar que la izquierda y el nacionalismo son incompatibles, el caso de Podemos es un hueso especialmente duro de roer. Lo fue desde el principio, aunque entonces iba de no ser de izquierdas ni de derechas. Pero en cuanto tuvo estructura para presentarse a unas elecciones de ámbito nacional, se vio que allí donde había nacionalismo excluyente se nutría de grupos y personas procedentes, próximos o afines a aquel. En ningún caso contrarios. Ocurrió así en el País Vasco, en Galicia y en Cataluña, y se pudo pensar, entonces, que no era tanto una opción deliberada, sino fruto de la necesidad organizativa. Sin embargo, a medida que fue abandonando el disfraz populista, el rasgo temprano se afianzó. No era la suya una aproximación instrumental al nacionalismo disgregador. Era el resultado de una concepción política. Pese a que nunca está claro, en Podemos, dónde empieza y dónde termina la máscara.

Iglesias ha cortejado sin embozo el voto del nacionalismo. Lo ha hecho el propio líder en un mitin en Bilbao, donde se ofreció a representar igual a los votantes de los herederos de ETA que a los del partido de los listos que recogen nueces. En eso ha quedado aquella querencia inicial de Podemos por superar el eje izquierda-derecha. En que puede pedir, con la misma equidistancia, el voto a la izquierda abertzale y a la derecha nacionalista. A los dos, a los votantes de Bildu y a los del PNV, se ofreció como valladar de cualquier "proceso de recentralización que ponga en cuestión la autonomía vasca o la catalana". Proceso, advirtió, que será inevitable si su partido no está en el Gobierno. La matraca de la recentralización es un coco habitual desde hace años, pero es posible que aún tenga el poder de atemorizar a alguien. Cosa distinta es que esa gente temerosa crea que es quien mejor puede mantener al coco a raya. Es lo del original y la copia.

Iglesias no ha perdido la esperanza, a pesar de la experiencia. Juega, al menos ante su audiencia, la carta de una futura presencia en el Gobierno para proyectar una imagen de poder. Al mismo tiempo, cada día está dando a Sánchez, si es el más votado, nuevos motivos para rechazar cualquier entente con él. Está dando, por lo menos, nuevos motivos para la perplejidad. Porque si el gran propósito de Iglesias es estar en el Gobierno con Sánchez, ¿por qué no aceptó la oferta que le hizo, ahorrándonos así estas elecciones? O, ya puestos, ¿por qué no está con Errejón en Más País? A fin de cuentas, lo de Errejón, que se publicita como el partido del desbloqueo, es lo de Iglesias, pero sin arrogancia, sin presiones y sin condiciones. Y sin cuchufletas, como esa imitación de Sánchez que ha hecho Iglesias para divertir a su público en Bilbao.

El líder de Podemos arenga en esta campaña contra una futura y letal gran coalición entre los partidos de lo que antes llamaba "el régimen". Lo que no explica es cómo los que presionan para que haya esa coalición, esos banqueros y esas élites económicas que cita, no consiguieron que el PP y el PSOE o el PSOE y Ciudadanos la hicieran realidad después de las elecciones de abril. Si tienen tanto poder, si llaman por teléfono a los partidos y les dictan lo que han de hacer, díganos Iglesias por qué no lograron imponerse. Estamos expectantes. No hay, en cambio, ninguna duda sobre cuál es la coalición que Iglesias quiere ver en el poder. Es la coalición que ya ha forjado con los partidos nacionalistas. La misma que armó, como presume una y otra vez, para que Sánchez ganara la moción de censura. Porque el PSOE, en los planes de Iglesias, no tiene otro papel que el instrumental. El que los comunistas de antaño, como sabrá bien, llamaban del "tonto útil".

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