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Pablo Planas

El minuto catastrófico de Mariano

Lo que hizo el gran Mariano fue reforzar el golpe, al permitir que quienes lo habían perpetrado pudieran presentarse a unos comicios regionales limpios de polvo y paja.

Ese pedazo de estajanovista del arte del disimulo que es don Mariano Rajoy ha escrito unas memorias en las que asegura que habría aplicado el artículo 155 de la Constitución en Cataluña aunque Carles Puigdemont hubiera convocado elecciones autonómicas en vez de proclamar la república como le dijeron Marta Rovira, Oriol Junqueras y Gabriel Rufián, por ese orden. Un titán, Rajoy. Que no le iba a temblar el pulso, dicta en el libro titulado Una España mejor.

La cuestión queda despachada de manera harto sucinta en el siguiente párrafo:

No veía ninguna razón para dejar en suspenso una decisión que no era fruto de ningún arrebato, sino consecuencia de semanas de estudio y de muy sólidos argumentos jurídicos y políticos. Antes de llegar a aplicar aquel precepto constitucional nos habíamos cargado de razones y estas no desaparecían por el hecho de que Puigdemont convocara elecciones; la independencia seguía declarada.

Lo que no se aclara es si la decisión se adoptó antes o después de no encontrar las urnas del referéndum que no se iba a celebrar. O cuando el PSOE se avino a apoyar la medida con el requisito de no tocar TV3 porque el apoyo de los socialistas y en menor medida de Ciudadanos era para don Mariano condición sine qua non, ya que no estaba dispuesto a asumir en solitario esa responsabilidad a pesar de que disponía de la mayoría suficiente en el Senado.

Nada se dice tampoco en los extractos publicitarios de sus ralas memorias sobre la inmediata convocatoria de elecciones autonómicas que llevó a cabo Rajoy en el mismo anuncio de la aplicación del 155, un error de tal envergadura que se arrastrará durante décadas, puesto que, en vez de utilizar el artículo para desmantelar las estructuras del golpe de Estado, lo que hizo el gran Mariano fue reforzar el golpe, al permitir que quienes lo habían perpetrado pudieran presentarse a unos comicios regionales limpios de polvo y paja, en un estado de máxima excitación separatista, con ingentes dosis de victimismo y propaganda vertidas en los centros educativos y en los medios públicos y subvencionados de Cataluña.

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Así es que utilizó el 155 para convocar él las elecciones y no Puigdemont. ¿Alguien lo entiende? Y aún saca pecho Rajoy y va y se jacta de lo que fue un churro, una birria, un auténtico mojón a la altura de su patrocinador, la mayor oportunidad perdida de la historia de la democracia en España, un desastre sin paliativos, un episodio trágico, triste y funesto coronado por unas elecciones catastróficas para el futuro y los intereses de los ciudadanos no separatistas. Todo gracias a ese señor registrador que ahora se sacude el peso de la conciencia con un libro a mayor gloria de las avestruces y pagado a precio de oro. Delirante.

Prueba de la enorme envergadura de nuestro Mariano es una de las preguntas de la entrevista publicada este domingo en el suplemento del grupo Vocento, cuando se le inquiere si iba "algo achispado" o "más alegre de la cuenta" al salir del restaurante en el que se parapetó durante la moción de censura. La impresión es definitoria. Ningún presidente de Gobierno en España ha tenido que responder a una cuestión semejante. Ni siquiera Zapatero.

Le viene al pelo a este personaje un pasaje del Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig, el relativo a la batalla de Waterloo y la torpeza catastrófica para Napoleón de su mariscal Grouchy. Dice así:

A veces, y estos son los momentos más asombrosos de la historia universal, el hilo de la fatalidad cae durante una fracción de segundo en unas manos por completo incompetentes. Ante el embate de la responsabilidad, que les introduce de lleno en el heroico juego de las fuerzas cósmicas, tales hombres, más que afortunados se sienten estremecidos, y casi siempre dejan que el destino que les ha caído encima se les escape entre las manos temblorosas. Solo muy rara vez alguno de ellos, enérgico, enaltece la ocasión y con ella a sí mismo. Pues tan solo por un segundo se entrega lo grande al insignificante. Y al que desaprovecha ese momento, jamás le concede una segunda oportunidad.

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