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Cristina Losada

¡Qué nos quiten lo "bailao"!

Nuestra idea de la evolución de la epidemia se va componiendo con la miscelánea de las anécdotas. Esto es, descomponiendo.

No hay tarea más difícil hoy en España que encontrar datos. Y los datos de la epidemia son los más difíciles de encontrar. No las cifras de nuevos contagios, que esas se dan y caen como mazazos, sino los datos en su debido detalle y de tal forma que nos digan el cómo y, de ahí, tal vez, el porqué. Alguien los tendrá. Hay que suponer que las autoridades los manejan para tomar decisiones, pero al público llegan solamente el mazazo de los números solitarios y, cómo no, el cosquilleo de las anécdotas.

Nuestra información sobre la epidemia es poco más que un anecdotario. Tenemos, por ejemplo, un surtido notable de anécdotas de fiestas. La última que ha logrado la inmortalidad de la letra impresa es la de un local en Barcelona donde retozaban sin mascarilla bajo el lema "Hoy se lía". Y, en efecto, se lió. Tenemos un anecdotario de ingeniosos y caraduras, como lo eran ese par de caballeros que, en Cangas de Onís, se pusieron a cuatro patas para fingirse perros, y justificar que no llevaran puesta la prenda obligatoria del momento. Junto a lo de aquel señor de Palencia que burlaba el confinamiento paseando un perro de peluche, la anécdota asturiana, aparte de grotesca, llama la atención sobre un hecho que merece meditarse: a lo largo de esta pandemia, en nuestro país, los perros, es decir, sus dueños, han tenido más "derechos" que nadie. Tenemos, finalmente, un cajón de sastre anecdótico en el que caben esos a los que ha dado por gritar "¡habeas corpus!" ante la fuerza pública, porque aún no habrá por ahí ninguna serie televisiva donde aparezca lo de "acogerse a sagrado".

Nuestra idea de la evolución de la epidemia se va componiendo con la miscelánea de las anécdotas. Esto es, descomponiendo. De pronto aparece algún porcentaje, como un intruso al que nadie ha invitado, pero enseguida le pasa por encima el tropel de episodios sueltos. No hay quién identifique pautas. El origen de los brotes se desmenuza en una fiesta más aquí, otro bautizo acá, una nueva comida familiar allá, y en los grupos que, sucesivamente y quizá supuestamente, los protagonizan: temporeros, jóvenes, ocio nocturno y, por qué no, todo el ocio.

No de una idea cabal de la situación, sino de esa visión fragmentaria salen pronósticos que circulan en las terrazas, antes barras de los bares. Como ése "nos van a volver a encerrar", que es el reconocimiento de la derrota, de la incapacidad para controlarnos nosotros mismos y la consiguiente certeza de que tendrá que ser la autoridad, amenaza en ristre, la que nos obligue. Y el anecdotario de los brotes parece indicar que, en previsión de ese confinamiento augurado, hay una voluntad de aprovechar lo que queda de verano y manga ancha. Para que cuando vuelvan a encerrarnos, como a animalitos indisciplinados, podamos decir: ¡que nos quiten lo bailao!

Sin datos, sin pautas, sin cómo ni por qué, no hay más que estados de ánimo. Y éste que se palpa promete darnos un caso de profecía autocumplida.

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