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Agapito Maestre

¡No quiero gobernar!

Un presidente del Gobierno que renuncia explícitamente a gobernar debería marcharse, dimitir o ser denunciado por alta tración a la nación.

Desaparecida la política de España, analicemos la última consigna de la propagada gubernamental: "No quiero gobernar". Es la nueva fórmula del presidente del Gobierno. Cuesta creerlo, pero así es. "No quiero gobernar" dijo Sánchez en la rueda de prensa del pasado martes. Ésta fue la primera gran medida del primer Consejo de Gobierno después de las vacaciones. Ha pasado del aquí solo mando yo, y nadie más que yo, a no querer mandar. Parece algo insólito, pero quizá sea algo real y muy sólito tratándose de un gobierno de aventureros, de gente sin escrúpulos políticos ni morales, pues que la doctrina que los ha llevado al poder, a saber, "no puede gobernar un partido que alguno de sus miembros esté imputado", no se le aplican a ellos mismos. Insólita o solita, demencial o ridícula, allá cada cual con su criterio para calificar o descalificar la nueva fórmula del gobierno social-comunista, pero la consigna está ahí. Es algo real; nadie negará que Sánchez ha dicho, y cientos de medios de comunicación han repicado,"no quiero gobernar".

La cosa es dura, tremenda y esperpéntica pero tan cierta como que el vicepresidente del Gobierno no se aplica el principio que llevó a su partido al poder: ni quiere comparecer ante los medios para explicar que su partido está imputado ni dimite de su cargo por esa imputación. Es comprensible que la opinión pública esté estupefacta y aturdida ante una declaración de ese calibre: "No quiero gobernar". También me hago cargo del general atontamiento de los medios de comunicación, pues que no es fácil escuchar a un presidente, a alguien con mucho poder, decir que renuncia a ejercerlo; aunque algunos medios le han llamado a Sánchez irresponsable, y otros cobardes, por su actitud "pilatesca" y nihilista, aún no he leído en ningún sitio, medio escrito o hablado, algo elemental, a saber, un presidente del Gobierno que renuncia explícitamente a gobernar debería marcharse, dimitir, y si no lo hiciera, alguien con más autoridad política que este cronista, debería denunciarlo por alta traición a la nación, o quizá por locura, en los Tribunales Internacionales.

Cuesta entender la decisión del aún presidente del Gobierno, sobre todo, si se tiene en cuenta que ha descendido a dar detalles de su atrabiliaria e incomprensible actitud. Sí, Sánchez nos ha especificado que no quiere gobernar sobre la primera preocupación de los españoles. Es una cuestión, dicho sea de paso, nada baladí. Se trata de la vida y la muerte de los ciudadanos. Es sobre lo único que hay consenso nacional: la epidemia de la Covid-19 se lleva a cualquiera por delante sin distinguir entre ricos y pobres, entre tontos y sabios, y, además, el bicho nada sabe de diferencias entre "comunidades autónomas, regiones y nacionalidades". Pues bien, para una vez que hay consenso nacional, sale el presidente del Gobierno y nos comunica que no quiere ejercer de presidente del Gobierno. Su poder lo delega no se sabe muy bien en quién ni en qué, pero él ha dejado meridianamente claro que no quiere gobernar para resolver el problema que más preocupa a los españoles.

En fin, entre Sánchez, que no quiere gobernar, un vicepresidente del Gobierno, que no sólo no se aplica su doctrina sino que desautoriza el poder de la justicia, y una Oposición, más preocupada por el tacticismo electoral que por la vida de la nación, me parece que la Comisión de la UE podría plantearse muy en serio a quién y cómo entregar el dinero para combatir las crisis sanitaria, económica y, ahora, política que están destrozando el país.

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