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Javier Somalo

Contra el comunismo, comunismo

Para detener al virus este gobierno de Iglesias y Sánchez se ha mostrado de lo más inútil, pero para aprovecharlo resulta de una eficacia extraordinaria.

Para detener al virus este gobierno de Iglesias y Sánchez se ha mostrado de lo más inútil, pero para aprovecharlo resulta de una eficacia extraordinaria.
Carmen Calvo, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante el Consejo de Ministros de esta semana. | EFE

Érase una vez un joven que pasó de curso sin límite de suspensos, sabiendo lo justo de español porque no era la lengua vehicular en España y con los medios de comunicación controlados hasta por el CNI por si desinformaban al pobre chaval… Visto así, parece que un buen número de nuestros jóvenes cumplirá con creces antes de los veinte años la mayoría de los requisitos para ser ministro y, desde luego, todos para estar en activo en la política.

En apenas un mes —año 2020— hemos tenido noticia de todo ello hasta en el BOE. Suspender es de mal gusto; hablar español, innecesario y criticar al Gobierno, delito. Falta algo: Hacienda podrá entrar en tu casa sin avisar previamente —ya está anunciado— para que sea más efectivo el vínculo amoroso entre el pueblo y el fisco. Desde luego, para detener al virus este gobierno de Iglesias y Sánchez se ha mostrado de lo más inútil, pero para aprovecharlo resulta de una eficacia extraordinaria.

Hay que darse prisa en publicarlo y leerlo todo porque lo que no sea considerado delito será de pago y a ver quién es el listo que tiene posibles para comprobar versiones antes de que llegue la Stasi. Habrá que empezar a decir que Portugal es una dictadura, a ver si a alguno se le ocurre preguntarse si no será, más bien, en España. Ya sé que esto significa retroceder a mediados del siglo pasado pero es que nos acercamos a eso y con afán de empeorarlo. ¿Franco? Franco es el mejor activo de la censura comunista.

El Gobierno de la mentira, verificada mil veces pero impune, verificará si mentimos, por ejemplo, al publicar que el español está prohibido en varias partes de España, cada vez más. Dicen que primero comprobarán si nos lo han inoculado los rusos pero admiten que en caso de que la conspiración sea doméstica —de Vox o de algún despistado del PP antes de ser destituido— podrán obligarnos a borrar la mentira y sancionarnos por incumplimiento del precepto de la Verdad, que ya está en el BOE. Como el control a los jueces podría escaparse, que lo dudo, el Ejecutivo ya se ha preparado para desempeñar esa función dando un paso de gigante en la concentración de poderes, totalitaria por definición. La Fiscalía de Lola y Balta siempre estará ahí para aflojar las tuerkas a Iglesias y apretarlas contra Juan Carlos I, por poner un ejemplo. Y mientras todo sucede, en contra de los que piensan que estas cosas no pasan en España, el español se prohibirá en Cataluña, probeta del totalitarismo, y luego en más sitios, y se sancionará de mil formas a algunos medios de comunicación. Y seguiremos discutiendo si hay tal o cual democracia, borrando verdades de las actas del Congreso.

Ochenta años de historia —son más de cien, pero dejémoslo en España— dan para alguna que otra lección. Por muy Redondo que sea Iván, ex asesor de Monago o Basagoiti, ex asesor del PP, hay que sobreponerse a la tesis de que el que está contra del comunismo es franquista. Superar esa barrera —el PP de Génova 13 ya ha fracasado y milita en las filas de la insurrección— es tan sencillo como retar a los comunistas a hablar de comunismo, muy anterior al franquismo o a cualquier artificio de censura que nos quieran plantear.

Resulta que ahora nuestro gobierno quiere velar por lo que se dice de nosotros en el extranjero, no sea que contamine a los nacionales. Caramba, falta la conspiración judeo-masónica y que Cebrián vuelva a TVE, si alguna vez la dejó, y que nacionalicemos Zara en la fabricación de camisas azules, o grises, o verde oliva e inauguremos el nuevo Bernabéu con una demostración femenina de militancia a cargo de Irene Montero. Da igual que el modelo sea castizo o pequinés. ¿Por qué tantos se rinden a la discusión cuando la izquierda toca la tecla de Franco? ¿No hay comunismo suficiente antes, durante y después de Franco como para mantener el tipo y protestar con razón contra lo que se nos viene encima? Para eso usan a Vox, sin razón, y en eso ha caído un PP dirigente —no todo el PP pero sí el de Casado— que al renunciar al debate se presenta como militante disidente… y obediente. No es tan listo Redondo, pero la mediocridad tiene un gran atractivo para los que están aun por debajo de ella y que, desgraciadamente empiezan a ser legión en la política, en los medios y en la gran empresa.

Falta mucha historia que estaba escrita pero que sigue por conocer. Y el PP de Génova 13 juega a las reglas del TikTok, de Twitter y de cualquier herramienta socio-tecnológica —no por ello mala— que ahorre esfuerzo al conocimiento y permita un patrón de poder sencillo, local y efímero, pero poder al fin y al cabo. Nuestro mal no es la izquierda, que la hay muy responsable, sino la vagancia y estulticia de la derecha, empeñada en parecer buena para la izquierda. Al esbozar la caricatura de Vox —y no la de Podemos— se ha establecido el nuevo canon de la democracia oficial que entronca a la perfección con la guerra que nos dividió y nos mató. Sólo por eso había que recordar que existía el Valle de los Caídos y, a partir de ahí, lo sencillo, porque no se discutió, fue sembrar que es sólo una de las dos Españas la que ha de helarte el corazón.

Aunque no sea de dominio público, ya se está ensayando el invento censor. La web que Pablo Iglesias puso a Dina Bousselham después del episodio de la tarjeta SIM, y que se empeñó en sufragar con la consabida solidaridad obligada de los soviets, ha empezado a publicar nombres y apellidos. Se llama Última Hora y ya dice que todo lo que padece el marqués de Galapagar es fruto de un “matrimonio” de la conspiración formado por tres: Villarejo, periodistas adeptos y cloacas ajenas. No sé por qué casi todo lo que rodea a Iglesias acaba o empieza entre tres. En todo caso, la noticia es todo un aviso a navegantes lanzado por el vicepresidente del Gobierno desde una de sus dachas.

Según la ex asesora de Iglesias, y razón de sus desvelos, el trío matrimonial de la conspiración en el que aparece Libertad Digital a través de Miguel Ángel Pérez, miente y, por tanto, es posible reo de la nueva normalidad comunista que ya campea por el BOE. De nada servirá repetir que Villarejo se aburrió llamado a la puerta de esta casa mientras otros trataban de convencernos de su enorme valía. Por ahí van a ir los tiros, valga la figura: un “medio de comunicación”, que no es el Gobierno, será el delator del resto para demostrar que la batalla por la Verdad es cosa de todos. Los hay a patadas para cumplir esa función, muchos más de los que sufrirán las purgas.

No me escandaliza la censura porque aparezca articulada en una norma. Siempre ha existido, con cualquier gobierno, para los que tienen la manía de insultar a la mentira a la cara. Por eso, como verán, no hay tanto escándalo como debiera sino mucha impostura. Medios como éste que leen, ven y escuchan saben perfectamente qué se cuece y se come en las cocinas del corporativismo oficial. En el radiofónico, por ejemplo, tanta censura nos llega por la administración en forma de licencias-trampa como por la competencia que no quiere tenernos al lado y presiona a la administración para que lo impida con más licencias-trampa cerrando así un precioso y redondísimo círculo tan podemita como dantesco al llegar al Infierno. Y con la boca muy pequeña dirán y dirán hasta llegar al punto que no se ha de sobrepasar. Si se viola el precepto tácito —límite artificial que ya parece consensuado por más que apelen a Europa— sonarán los teléfonos por igual a izquierda y a derecha. Tan lamentable como cierto.

Termino con una recomendación: el día 24 de noviembre sale a la venta La vuelta del comunismo y no lo defiendo una vez más porque lo haya escrito el presidente de la casa en la que escribo y trabajo desde hace 20 años, y en la que nadie me ha retenido contra mi voluntad, sino porque —alguna ventaja tenía que haber— ya lo he leído, como la Memoria. No lleva tanto tiempo hacerlo y da muchos argumentos, mucha ventaja. Las cosas suceden, sólo hay que recopilarlas, contrastarlas con lo ya escrito y sentarse a hablar con quien quiera y resista. ¿Comunismo? Pues comunismo.

 

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