
Irene Montero elogia a la selección nacional —ella dice "masculina" — de fútbol porque los goles son cosa de jugadores "racializados", un participio que anula al individuo por culpa de su raza. Cuestión aparte es que la eurodespistada confunda a Nico Williams con Dani Olmo con tal de grabarse un vídeo y adaptar la realidad a su ignorancia para profundizar en ella sin rubor.
¿Quiere esto decir que si los goles de la selección nacional — "masculina" — los marcan Olmo (3) o Fabián (2) o Merino (cabezazo letal) ya no hay motivo para estar eurocontenta? Cualquier aficionado con dos dedos de frente —exclúyanse energúmenos de toda condición y extracción política— ve a Lamine Yamal y a Nico tan españoles como a Olmo, Carvajal, Morata, Merino o Rodri. Porque, además de jugar bien, se alegran de defender, fabricar y marcar goles para España. Eso es lo que les une de veras. Les separará después, necesariamente y sólo profesionalmente, la competición en cada club. Pero no la raza, salvo que Irene Montero insista en diferenciarlos, que no es otra cosa que segregar, para grabar en vídeo alguna memez.
Más representativa de la cruda realidad fue la conexión en directo de Susanna Griso con el bar de barrio que frecuenta la familia de Lamine Yamal en Mataró: ¿Racismo? Sí, contestó el responsable del establecimiento, "sobre todo cuando decidió jugar con España en vez de con Marruecos, ahí sí que recibió mucho mensaje de odio, pero por parte del pueblo marroquí. Es curioso".
Griso intentó reconducir la situación para que el resumen de la conexión fuera más acorde al supuesto racismo de los españoles ante el chaval que marca y da goles para España. "Por la mezcla dices, ¿no? Porque es mestizo". Pero el dueño del bar insistió en su espontánea sinceridad: "…Ellos lo vieron como una traición a su país". Lo cierto es que el hombre ya había dejado claro su sentido común desde el principio de la conexión: "Piensa que aquí en el barrio hay muchos inmigrantes y, bueno… gente buena y gente mala hay de todos los colores". Como en todas partes.
El patriotismo peninsular de VOX, una excusa
Y estando así las cosas, va Santiago Abascal y dice que no quiere ser "cómplice de violaciones y machetazos", que prefiere que la oleada de inmigración ilegal que se concentra en Canarias se quede en Canarias porque parece que el patriotismo es peninsular y que rompe todos los acuerdos de Gobierno con el PP por haber accedido a repartir entre comunidades autónomas a 400 menores, que ahora se llaman menas.
Desde que Hassan II descubrió la Marcha Verde (6 de noviembre de 1975) aprovechando la interinidad política en España, Marruecos siempre ha recurrido al tráfico humano para enviar señales a su vecino del Norte, la sufrida España. Si nos portamos mal en según qué cosas, nos llega más narcotráfico o nos agolpan seres humanos frente a vallas fronterizas, rincón idílico de todo izquierdista con cámara. Esperan a los emigrantes en el último peaje en vez de visitarlos en el anterior, en el mostrador de la mafia donde compran a precio de oro un billete de ida en una balsa, un cayuco u otro remedio fatal de navegación.
La inmigración ilegal es un problema serio en toda Europa. Y el multiculturalismo, palabra amable, el peor peligro porque acaba en el gueto. Ahí es donde las (y los) irenes monteros dejan de grabar sus paseítos con mensaje. Cuando les preguntas si respetar las culturas de los que vienen supone legalizar la ablación de clítoris, bendecir los matrimonios con niñas o soportar la aplicación de la sharía. En resumen, cuando se admite que su costumbre es ley superior aunque suponga un atroz atentado contra el ser humano. Racializados y además mutilados, secuestrados y sometidos, pero en sus barrios propios que ya son ciudades.
Esto sucede en muchos lugares de Europa. Y España no es una excepción. Pero el problema de los menas que acaban en la delincuencia también está en las mezquitas pagadas por los países que ahora compran también el fútbol. Hay muchos frentes políticos en los que luchar para tener una inmigración ordenada que no acabe en marginalidad y violencia.
Todo esto y mucho más lo compartirían muchos políticos de Vox y del PP y hasta podría convertirse en un programa serio sobre extranjería. Sobran argumentos para arrojar a la izquierda irresponsable sin perder la cabeza. Pero no es creíble que por prestar asistencia a Canarias para aligerar la presión se acuse a Feijóo de estar en esos postulados izquierdistas del multiculturalismo o colaborando con el efecto llamada.
Abascal arrastra un problema con Vox que todavía no ha sido capaz de resolver y esa es la verdadera causa de la brusca deriva. Si el PP remedia los errores, omisiones y complejos que culminaron en la creación de un partido desde dentro de otro, Vox se hace innecesario.
Han sido muchas las ocasiones en las que Abascal ha puesto la estabilidad del centro-derecha por encima de rencillas de partido. Pablo Casado lo insultó hasta dar vergüenza ajena y Vox mantuvo los pactos con el PP. Pero entonces era un activo hacerlo: Vox crecía merecidamente a costa del PP. Cuanto peor le iba al PP, mejores perspectivas tenían los de Abascal. Además, estar en la oposición al Gobierno y controlando al segundo partido llenó plazas, estadios y calles. No cabe duda de que es mucho más fácil y gratificante protestar que gestionar. Y quizá hasta sea más rentable.
Pero el PP de Feijóo, con muchos vicios pendientes, no es el de Casado o Rajoy y, en consecuencia, Vox ha ido perdiendo su condición de alternativa creciente. Los personalismos del líder y el elitismo de su dirección han echado a perder políticas liberales y conservadoras que merecían la pena. Hoy Vox, con esos perfiles malogrados, es puro púlpito, quizá el lugar más cómodo para su cúpula. Y por si fuera poco, se les acabó la fiesta con el tal Alvise, que los azota con su propio bambú.
Así que todo apunta a que Santiago Abascal y Kiko Méndez Monasterio han apostado doble o nada a la casilla de los menas rompiendo los gobiernos con el PP para mantener ese estatus de rebelde con megáfono y que Alvise no les meta otro bocado a la tostada.
Ya veremos en qué acaba lo de las dimisiones obligatorias de los cargos de Vox en los gobiernos conjuntos. Quizá lleven el mismo camino que el cambio no consultado de Meloni por Orban: una radicalización profundamente antiliberal que puede significar el final de Vox haciendo además un último favor a Sánchez.