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Carlos Malpartida

El del moño

No hay ética. Ni decoro. Ni honradez. Solo peluquería. El 15-M, ahí lo lleváis, indignados, era un salón de belleza normalito. Menudo viaje.

No hay ética. Ni decoro. Ni honradez. Solo peluquería. El 15-M, ahí lo lleváis, indignados, era un salón de belleza normalito. Menudo viaje.
EFE

Uno de los sectores que más están sufriendo con el virus diecinueve es la industria de los implantes de pelo en Turquía, ante la ausencia de viajes de españoles. Interesante fenómeno el de la furia calva española con las clínicas turcas. Antes de este parón covídico los dos destinos obligados eran Disney, por la Comunión del niño en mayo, y el salto a Turquía, aprovechando las vacaciones de agosto, para llegar después al tajo luciendo cabellera leonina como el mismísimo Mufasa. “Simba, me desobedeciste deliberadamente”. Rara vez salen los planes cuando el asunto es velloso y al final te descubres en septiembre con la cabeza picoteada y cuatro alambres mal pinchados. Más que el rey de la sabana, pareces el pájaro loco despeluchado después de que te haya pasado por encima la estampida de ñús. Gasto pelazo, no les voy a engañar, y siempre es más fácil criticar los asuntos desde la melena, pero es que yo admiro al calvo. El calvo es un tipo que no vive en la incertidumbre y tiene la certeza de una constante, de una ausencia. Es senador de sí mismo y se le da por sentada la inteligencia. Astuto. El lampiño viene de vuelta y anda más ligero por la vida. Los calvos flotan.

Aunque se le intuyen ya entradas sin llegar a las autovías de peaje de un conocido político aguado madrileño, me sorprendió mucho el cambio de peinado de Vicepresidente Segundo de España. Porque si bien el pelado encarna una vivida madurez, la melena es ímpetu, virilidad y juventud revolucionaria. Futuro por descubrir y camino por conquistar. La melena es enhiesta y lúbrica. Rapunzel enamorada asaltando los cielos del torréon facha. Cambiar esa coletaza antifascista a lo Conan, y que tanto folículo piloso ha derrochado corriendo auténticos peligros delante de los grises y empujando tramabuses, por el pírrico moñito es una pirueta simbólica que descoloca. Se nos ha quedado en lo estético como un becario de Albert Rivera. Centrismo hipster ya demodé con sus dos pendientes de concha que completan el cuadro. Ha tirado la bici en cualquier esquina de Malasaña y lo mismo te lo encuentras en el MadCool dándolo todo que de terraceo en la Latina un domingo por la mañana. Tiene además el moñete algo de castañeta torera muy a su pesar. Aunque con porte más bien encorvado, Segundo de España podría dar para banderillero cagancho dentro de alguna cuadrilla mala. Rojito de Galapagar. Moño transversal, ya digo, pero también intergeneracional, empoderador, ecologista y muy feminista. Todo cabe ahí, como en el bolsillo de Doraemon, y si buscan hasta quizá aparezca el cohete ese que se les ha perdido, los millones de ingresos mínimos vitales por tramitar, alguna tarjeta de memoria achicharrada o más de una Neurona mexicana. Y, ojo, tremendamente español –esto de tener cualquier relación con la españolidad lo sufre– para colocar la peineta bien plantá en Semana Santa.

Está el que apunta que son los asesores (como si hubiera asesores en este Gobierno enjuto que anda falto de manos) los que promueven estos cambios de aspecto por el tema del marketing político, aunque yo me atrevo a decir que todo es más prosaico. Quizá ya va a mear más de la cuenta o está tan ahíto de tantísimo currelar en la obra que su cuerpo gastado le pide un giro. O se siente inseguro, pasados ya los cuarenta, y mucho menos atractivo que antes. Lo normal. Esto de perder el sexapil y el ardor guerrero (con lo que él ha sido) se lo entiendo perfectamente. Lo que no le vamos a perdonar y quedará para la memoria más infamante es que en todos estos meses no se le haya visto el pelo ni por los hospitales, ni en la morgue del Palacio de Hielo, ni en esas residencias de ancianos que asumió como propias con mucho tamborileo de pecho. No hay ética. Ni decoro. Ni honradez. Solo peluquería. El 15-M, ahí lo lleváis, indignados, era un salón de belleza normalito. Menudo viaje. Ni la coleta, ni el moñito, ni el bigote. Nada. A seguir con el espejo. A tus cosas, tus netflix. Tampoco te aconsejaría que fueras ya. Mejor no te asomes mucho porque igual sales trasquilado a manos de nuestros viejos y no tienes Turquía para correr.

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