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Agapito Maestre

Conspiración

La lucha entre la libertad y el comunismo siempre es desigual. El comunismo instalado en España es muy difícil de combatir.

La lucha entre la libertad y el comunismo siempre es desigual. El comunismo instalado en España es muy difícil de combatir. El hombre libre quiere luchar en campo abierto, pero a veces no le resulta sencillo hallar a su enemigo, entre otros motivos, porque está infiltrado, diluido y escondido en todas las instituciones. El comunismo español, como el del resto del mundo, es algo más que un militante, una doctrina o un partido. Los demócratas no luchan contra militantes ni contra una doctrina, y menos aún contra un partido político ansioso de dominación universal. El hombre libre lucha contra una conspiración. Está por todas partes y nunca la vemos. La conspiración comunista está en el aire, como el coronavirus, y por supuesto todo lo infecta… Está sobre todo en los medios de comunicación.

Pero no escribamos en abstracto. Acerquémonos a algún medio decente español. Tratemos de estudiarlo a la luz de la conspiración comunista. Acerquémonos, sí, con piedad a El Mundo. Es curioso el papel que desempeña, en los últimos tiempos, este periódico en el panorama mediático español. Su singularidad no es fácil de captar. Nadie crea que el El Mundo, periódico de propiedad italiana, es diferente a otros porque haya tenido una bajada espectacular en la venta de ejemplares. No es el caso, pues que tampoco el resto de la prensa en papel está para tirar cohetes. ¿Quizá tengamos que fijarnos en sus firmas? El Mundo tiene muchos colaboradores socialistas, incluso en su Consejo de Redacción hay un ilustre nombre del socialismo español, pero también los otros medios tienen abundantes firmas ligadas al socialismo. Alguien dirá que El Mundo contrata continuamente a antiguos colaboradores de El País, pero en eso tampoco se distingue de otros medios. Los periodistas van y vienen en función de las necesidades del mercado laboral.

¿Acaso su singularidad resida en el modo de tratar la información cultural? No lo creo. Es igual de pobre y mediocre que en el resto de los medios de comunicación españoles. El Mundo cultural, sí, la sección de Cultura, parece un calco de la redacción de cultura de El País. Estoy convencido de que los responsables de esas páginas anhelan alcanzar algún día el altísimo nivel de graciosa postmodernidad, nadería y comunismo impostado que rebosan sus compañeros de la calle Yuste. No es la cultura, o mejor, el tratamiento ideológico de la cultura, el rasgo que nos permita hablar de un rol extraordinario de este periódico para hacerse cargo de la gran tradición cultural española. Su ciego y vacío cosmopolitismo es la tapadera de su vulgar casticismo. No son capaces de quitarse la caspa. Por fortuna, se salva la sección de Toros, apartado significativo de la cultura española; grande es Zabala y sus colaboraciones, a veces me recuerda el espíritu que inspiró el libro de su padre: La ley de la fiesta, que fue bellamente prologado por Gerardo Diego.

Si no son las ventas, ni las firmas y los colaboradores socialistas, ni tampoco los antiguos periodistas de El País que han recalado en el diario dirigido por Rosell, ni tampoco el tratamiento de la cultura, ¿qué cosa distinguirá a El Mundo del resto de medios de comunicación españoles?, ¿acaso su primera seña de identidad será el tratamiento que hace de la política? Quizá. Es claro que los artículos de su director no se mueven un ápice, desde hace meses, sobre el cambio de régimen político que pretende el Gobierno comunista de Sánchez-Iglesias, incluso esta orientación crítica coincide a veces con su línea editorial. Tiene, sin duda alguna, cierta coherencia el tratamiento que lleva a cabo este medio de la política…

Y, sin embargo, no deja de extrañar que este periódico ofrezca una cobertura tan holgada, incluso con despliegue de dobles páginas, a personajes tan sectarios, y en el fondo contaminados de conspiración comunista, de la vida política española como son Alfonso Guerra, Juan Luis Cebrián y Antonio Caño, exdirector de El País y, ahora, apologista de uno de los hombres más opacos de la política española de todos los tiempos: Alfredo Pérez Rubalcaba. Ay, amigos, los caminos de la política española son tan anfractuosos, por no decir algo peor, que hacen compañeros de viaje a personajes de dudosa catadura moral y política, como los mencionados, con tipos honestos en la defensa de la democracia española en general, y de la Constitución en particular. ¡Sería terrible, sí, para los lectores demócratas de este periódico descubrir que ya está instalada cómodamente en el periódico que ellos compran por liberal la conspiración comunista! No se trata de una sospecha a lo McCarthy, sino de algo real. Ya digo, o sea insisto, el comunismo no es un partido ni una doctrina ni una militancia, ojalá fuera algo de eso, sino una conspiración. Esa infiltración del comunismo en todas las instituciones es lo que da sustancia al partido, a la doctrina y a la militancia.

Mi tesis, por otro lado, no es muy original. Está formulada por grandes filósofos de la democracia del siglo XX. Aquí ha sido formulada en términos del gran Jorge Santayana, pero podría hacerlo, si alguien me lo pidiera, en la clave liberal de Jean-François Revel, o en la de inspiración radical de Arendt y Castoriadis, o incluso en la propiamente comunista, de Antonio Gramsci. El comunismo es, sí, pura conspiración. Sus resultados son ampliamente conocidos: más de cien millones de muertos, hambre y miseria. Pero ahí sigue, infiltrado en todas partes, especialmente en el mundo de la cultura y la creación de opinión pública política.

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