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Marcel Gascón Barberá

Chocarse el codo

El saludo del codo simboliza cómo ningún otro gesto la obediencia a la santurronería hipócrita oficialista.

En lo que el influencer en jefe de los medios de fuera (el New York Times) bautizó como "el retorno de la diplomacia personal", los líderes del G7 se dieron cita en una desangelada playa inglesa para hablar de las crisis que afrontan y felicitarse por que ya no esté el hombre que acertó sobre todas (Trump).

La reunión comenzó el viernes con una recepción sobre la arena. Uno a uno con sus cónyuges, los siete líderes fueron chocándole el codo al anfitrión y payasesco inquilino de Downing Street, Boris Johnson, que dio por inaugurados los fastos pidiendo que construyamos un mundo "más femenino".

El saludo del codo era, sin duda, el adecuado para una reunión en la que se dicen semejantes bobadas. El saludo del codo simboliza cómo ningún otro gesto la obediencia a la santurronería hipócrita oficialista. Los buenos ciudadanos lo adoptaron con la celeridad con la que abrazan todos los dogmas, y siguen practicándolo con el celo acusador del alumno aplicado.

Yo mismo he sufrido el rigor de sus partidarios. En los actos oficiales, pero también en la calle, a veces en las circunstancias más inoportunas.

Durante esta pandemia he ido regularmente a las manifestaciones de la derecha tradicionalista rumana contra las restricciones (y contra las vacunas, el 5G, el homosexualismo y el irredentismo húngaro. Cuando fui a ponerme la Pfizer en Bucarest, un periodista me preguntó por qué había decidido vacunarme. Para poder ir tranquilo a las manifestaciones de los antivacunas, le contesté). Una vez me encontré en los márgenes de una marcha con un amigo europeísta. Alguien a quien podríamos llamar, en la terminología de aquellos cristianos evangélicos que tanto éxito tuvieron entre los futbolistas brasileños, un atleta de Von der Leyen. Mientras los manifestantes alzaban sus iconos ortodoxos y gritaban cosas fachas contra el Fernando Simón de aquí (es un árabe de Cisjordania, imagínense las posibilidades), el atleta de Úrsula se bajó de la bicicleta, giró el cuerpo dando un saltito y me presentó el codo esbozando una gran sonrisa. "Aquí no, Mark, que me da vergüenza". Bajó el codo visiblemente decepcionado e intenté explicárselo. "Parecemos de la Unión Europea, con lo del codo. Y no es el momento". Me parece que no me entendió, porque cada vez que me ve da el perfil con el mismo respingo y me sigue ofreciendo el codo.

No sé si lo del codo habrá evitado algún contagio de covid, pero a mí sí me ha servido para resumir lo que me parece deseable en política: cuantos menos políticos saluden con el codo, mejor.

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