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La contienda de los sexos

Los varones acusados de maltratar a las mujeres podrán defenderse alegando que ellos también son mujeres.

Todo empezó con una tempestad de ideas, que mantengo todas las semanas con mi amigo Gonzalo González Carrascal. Esta vez partíamos de una de las claves de la civilización occidental, que es la noción de persona o de ser humano sin más. Esa es la base de valores tan característicos de nuestra cultura como la libertad o la igualdad.

Curiosamente, la voz persona es ya una apreciación irónica, pues se toma de la máscara que se ponían los actores del teatro clásico para que su voz se oyera bien en todo el recinto. Lo humano se deriva del humus, el barro con el que Dios formó a nuestro padre Adán, según la tradición hebrea del Génesis. Sin llegar a tanta precisión, es general el sentimiento de que el ser humano proviene de la Tierra. Otra voz emparentada con ese origen es la del latín homo, la especie animal a la que pertenece nuestra facción inteligente. Ni qué decir que el homo (hombre) comprende tanto el varón (vir) como la mujer (mulier). En inglés, la cosa no es tan clara, pues man equivale, más bien, a varón. Es una ocasión para que se desate la fobia antimachista del feminismo de los Estados Unidos, tan influyente en el mundo.

Los problemas empiezan cuando a la persona humana, sin más, se le añaden epítetos, que califican su conducta, su posición, sus méritos. Así, tenemos personas de uno u otro sexo, de distintas nacionalidades o cohortes de edad, héroes o villanos, inteligentes o mentecatos. ¿Cómo mantener, entonces, la igualdad, cuando tan diferentes somos? Hay que oponerse a las desigualdades infamantes, las que producen un daño remediable. Por eso se necesita la noción de persona o de ser humano, titular de unos derechos básicos.

En las polémicas actuales, se ha llegado a un punto en que las feministas radicales (que son muy influyentes) pretenden que las personas puedan cambiar voluntariamente de sexo. Es más, hay que hacerlo con la opción de añadir un tercer sexo a la clasificación binaria tradicional.

El argumento del feminismo radical es que el sexo no es una manifestación de la naturaleza sino de la cultura. Por tanto, por el temor puritano a hablar de sexo, aunque sea como criterio de clasificación, hay que decir "género", una voz que se reservaba para la gramática. En el lenguaje (y más en castellano que en inglés) se acuerda que las cosas (aunque sean inertes) pueden ser de género masculino o femenino. Es una forma de metáfora, que admite ciertas elegantes decisiones. Por ejemplo, en las convenciones de los botánicos todas las plantas llevan, en latín, un nombre femenino. En inglés las cosas no tienen género, pero los barcos, aviones y naves espaciales son femeninos.

Aunque se diga lo contrario, el sexo clasificatorio de las plantas, los animales y las personas es cuestión de naturaleza. Cierto es, también, que en algunos casos hay personas que se sienten o se comportan con un sexo distinto al que les ha dado la naturaleza. Son los (y las) homosexuales. Por cierto, un disparate léxico es el del neologismo homofobia (odio a los y las homosexuales). En rigor, con las dos palabras griegas, homofobia tendría que ser "odio a los semejantes". La confusión es que la partícula griega omo quiere decir "semejante"; en latín, homo significa "persona humana". Lo extravagante, en España, es que existe un Ministerio de Igualdad que no se preocupa de más formas de desigualdad que las que existen entre los varones y las mujeres. Parece un abuso del marbete administrativo.

Los disparates léxicos se convierten en abominaciones morales o políticas por el hecho de que la defensa de las mujeres se reserva, exclusivamente, a mujeres. Implícitamente, se recoge la tradición de la Sección Femenina (de Falange), que, por cierto, tanto hizo por instruir a las mujeres de su tiempo.

Las feministas actuales, a cargo del Ministerio de Igualdad, han promovido la idea de que cada persona pueda elegir el sexo a voluntad, incluso desde la adolescencia. No queda claro cuántas veces puede materializarse el cambio de sexo en la biografía de cada persona. Es de prever una consecuencia no deseada: los varones acusados de maltratar a las mujeres podrán defenderse alegando que ellos también son mujeres. Menos grave será el caso de los deportes donde compiten mujeres. Es posible la estafa o la chanza de que un varón deportista diga que se siente mujer. Con tal añagaza podrá aprovecharse de la ventaja de la mayor fuerza con que le ha provisto la naturaleza a la hora de competir con deportistas femeninas.

El error de principio es considerar que, aunque los dos sexos (o los tres o más) son diferentes, esa no es razón para establecer una superioridad de uno sobre otro.

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