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José García Domínguez

"Esa mierda"

Hay en Barcelona miles de foráneos de alto nivel económico que no han venido a afiliarse al Sindicato de Manteros. Son demasiados y poseen dignidad.

Hay en Barcelona miles de foráneos de alto nivel económico que no han venido a afiliarse al Sindicato de Manteros. Son demasiados y poseen dignidad.
El artista Sean Scully, durante una exposición en 2019 | Cordon Press

La noticia de la que no se habla estos días en la prensa catalana hace referencia al problema que dos reconocidos artistas británicos, Sean Scully y Liliane Tomasko, tuvieron con "esa mierda". Pues, y por culpa de esa mierda, han decidido abandonar Barcelona, donde residían desde hacía años. Y es que, al menos para Sean y Liliane, los hijos resultan ser más importantes que los imperativos gramaticales y fonéticos vinculados a la construcción nacional de Cataluña. Sean y Liliane no han sido los primeros en poner tierra por medio entre la educación de su prole y esa mierda, pero sí encarnan a los pioneros que, provistos de renombre internacional, han decidido hacerlo público. Les van a seguir muchos más, seguro. Solo es cuestión de tiempo. Porque esa mierda pudo imponerse en su día, y sin resistencia significativa digna de tal nombre, merced a otro de esos apaños tácitos típicos de una sociedad tan siciliana como la del País Petit.

El asunto funcionaría tal que así: esa aberración pedagógica, la inmersión, sólo se aplicaría de facto a los hijos de los charnegos pobres del cinturón de Barcelona. El resto, la clase media autóctona y los ricos con independencia de su origen, dispondrían, si bien bajo cuerda, de fórmulas mucho más laxas, bilingües en la práctica, tanto en los colegios concertados como en los privados exclusivos de la élite. Nadie pensó entonces en los extranjeros porque los extranjeros eran muy pocos. Una exigua minoría que, a su vez, se escindía entre la descendencia de los negros que venían a recoger fresas en las plantaciones del Maresme, que iban a tener que pasar por el tubo de la inmersión como cualquier Rufián de Santako, y los niños de los directivos teutones de Seat, Bayer, Henkel o Basf, todos ellos llamados a ser compañeros fraternos de las hijas de Montilla en el Colegio Alemán. Otros tiempos. Ahora mismo hay en Barcelona miles y miles de padres como Sean y Liliane, foráneos de alto nivel profesional, cultural y económico que no han venido a la Ciudad de los Prodigios para afiliarse al Sindicato de Manteros. Son demasiados y poseen, ¡ay!, dignidad. Esa mierda tiene los días contados.

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