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La plaga de las llamadas intempestivas

El asunto no tendría mayor importancia si no fuera porque menudean cada vez más.

Da la impresión de que el teléfono se oye como si la voz proviniera de otro país o de un robot. Me refiero a las llamadas no pedidas que ofrecen gangas, ahorros, descuentos en las facturas de la electricidad, los seguros u otros servicios. Les acucia el propósito de que cambiemos de proveedor. Naturalmente, provienen de alguna empresa interesada en ampliar su clientela quitando clientes a la competencia.

El asunto no tendría mayor importancia si no fuera porque las dichosas llamadas intempestivas menudean cada vez más. Llaman a cualquier hora del día. Uno se pregunta cómo es que el número de mi teléfono móvil circula de modo tan profuso, ahora que ya no se publican las guías telefónicas. Debe de existir alguna empresa que provee de números de teléfono a esas atosigantes actividades de promoción a las que aludo y de las que me quejo. La verdad es que intriga un tanto ese misterioso negocio.

Lo tienen todo estudiado. Si uno contesta "No me interesa, gracias", el solicitante tiene la respuesta preparada: "¿Es que a usted no le interesa un pequeño ahorro?". También redarguye que cómo digo que no me interesa sin esperar a que me especifique la propuesta.

Comprendo que la gente tiene que vivir, y que, mejor que el paro, está la decisión de incorporarse a un grupo de solicitantes para que el cliente cambie su vinculación a un proveedor. Da no sé qué la exigencia de que, para aceptar la iniciativa del ahorro, haya que proporcionar una serie de datos personales.

Después de todo, lo de las llamadas intempestivas se conoce que es una especie de publicidad, solo que directísima. Si toleramos tantas interrupciones publicitarias en las informaciones, las películas o los vídeos, no quedan muchos argumentos para lamentarse de la nueva modalidad. Es un coste inevitable del sistema de mercado. Pero, al igual que en los clásicos anuncios publicitarios, en este caso lo que molesta es la excesiva reiteración, la insistencia machacona, precisamente, al ser personalizada. Cavilo que un exceso de ofertas publicitarias como la descrita puede llegar a ser perjudicial para la empresa o la marca en cuestión. No voy a poner ejemplos, pero, en mi fuero interno, he decidido que no voy a aceptar el ofrecimiento que se me hace de una forma tan pesada como la que comento. La gota que desborda el vaso lleno es este nuevo método de las llamadas intempestivas. Les cuesta adelantar el nombre de la compañía que ha contratado ese servicio. A veces se presenta como una iniciativa solidaria o benéfica, pero no cuela.

Supongo que la informática ha inventado ya alguna aplicación (donoso término) para evitar las llamadas no pedidas. Una variante es la de los correos no solicitados o anónimos en la ristra de mensajes que se reciben en el ordenador o en los archiperres equivalentes. Por cierto, acabo de comprobar que, efectivamente, hay una aplicación para saltarme los atosigantes anuncios de los periódicos digitales o como se llamen. Me da apuro solicitarla, aunque el aviso insiste en que se trata de un servicio gratuito. Tanta esplendidez resulta sospechosa. En los Estados Unidos dicen que there is not such a thing as a free lunch, algo así como "no te fíes de que te ofrezcan una comida gratis". Es tan verdad como los demás trucos de la economía de la libertad de mercado. Los aceptamos porque la alternativa de una economía intervencionista es bastante peor. Así que habrá que resignarse ante la modalidad de las llamadas telefónicas no pedidas. Después de todo, hace unos cuantos decenios yo también me dediqué a un negocio parecido: el de las encuestas de opinión a través de una muestra aleatoria de números de teléfono. Varias veces he contestado a una solicitud de ese tipo; el estímulo me resultó simpático. Da un cierto gusto percatarse de que uno forma parte de la muestra aleatoria.

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