
En la panoplia de los partidos políticos destacan tres que conforman el tipo de las derechas: Partido Popular, Ciudadanos y Vox. En algunas regiones y localidades gobiernan en comandita, pero, en conjunto, la tríada no se entiende entre sí. La primacía corresponde al PP, el heredero de la facción aperturista del franquismo, que hizo posible la Transición hacia la democracia hace medio siglo. Históricamente, tanto Cs (declinante) como Vox (ascendente) son desgajamientos del PP. Tal operación se explica por la actitud prevalente de los populares como maricomplejines, según la calificación dada por Federico Jiménez Losantos. Consiste en la práctica cesión del PP ante muchos de los planteamientos progresistas de las izquierdas. Por ejemplo, cuando se alcanzó un Gobierno del PP por mayoría absoluta, no se opuso a la legislación izquierdista anterior.
El reciente declive de Ciudadanos se debe a su abandono de la original oposición al separatismo catalán. Después ha mostrado una cierta ambivalencia ideológica, hasta el punto de ser cooptado por los socialistas. El sistemático auge de Vox contrasta con el clamoroso silencio que le han dedicado los medios de comunicación de mayor audiencia, públicos y privados. A pesar de lo cual, su reciente tendencia rampante se debe a que es la única derecha que mantiene los principios tradicionales: familia, propiedad, libertad, patria, unidad y soberanía de la nación. El conjunto de tales convicciones solo admite una defensa tímida por parte de las otras dos derechas. Se entenderá la animosidad recíproca entre Vox y las otras derechas, por mucho que estén condenadas a entenderse en las votaciones parlamentarias o en la Administración regional.
No es que el entendimiento de las tres izquierdas sea modélico, pero las tres derechas se llevan a matar entre ellas. El PP necesita cada vez más a Vox para acceder a algunos Gobiernos regionales y, eventualmente, al Gobierno nacional. Pero, al tiempo, los maricomplejines de los populares se distancian de los voxeros, tildados de fascistas por las izquierdas dominantes.
Con suerte electoral, un hipotético Gobierno del PP podría adaptarse, perfectamente, al andamiaje político que dejaran las izquierdas. Es decir, tal rotación gubernamental se podría hacer sin gran quebranto del orden político. No sería ese el caso de Vox; su imaginada colaboración con el PP sería vista por las izquierdas como una especie de caballo de Troya.
Se comprenderá ahora la especial animosidad hacia Vox por parte de las izquierdas y de sus terminales mediáticas, como suele decirse. De ahí el dicterio de ultraderecha o fascista con que se le obsequia a Vox. Ese desprecio es tan efectivo y arbitrario como asegurar que todos los hombres son machistas. En el juego de la política española los juicios que se lanzan al ruedo de la opinión son así de tajantes. No sirven como declaraciones para convencer a los interlocutores, lectores u oyentes; son, más bien, manifestaciones de autosatisfacción o para quedar bien. El gran teatro de la política lo impone como principio.
Se dice que Vox es la extrema derecha, simplemente, para ocultar que algunos de sus propósitos son los que, en el fondo, han ido abandonando las derechas de toda la vida. Lo que está más claro es que el cúmulo de vaciedades, necedades y mendacidades por parte del Gobierno progresista de la nación es algo que favorece al crecimiento de Vox.
No es fácil que las derechas lleguen a aposentarse en el Gobierno de España, tan anhelado. Incluso, aunque el PP y Vox llegaran a una alianza, habría que dilucidar quién fagocita a quién, lo que llevaría a una disputa insoluble. La razón de tal aporía se halla fuera de ella. En la sociedad española, la mentalidad prevalente es la que ha sido troquelada, durante muchos años, por las izquierdas políticas y culturales. En todo caso, la hipotética fusión entre el PP y Vox tendría que ser muy sosegada, casi, podríamos decir, con un ritmo generacional. Claro, que los cambios pausados en la sociedad suelen ser los más seguros, en definitiva, por los que vale la pena vivir.
