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Amando de Miguel

Feijóo para un pueblo

En la peculiar situación española, la figura que se sitúe al frente del PP no resultará de una elección de los militantes o simpatizantes.

En la peculiar situación española, la figura que se sitúe al frente del PP no resultará de una elección de los militantes o simpatizantes.
Alberto Núñez Feijóo | EFE

Mis fieles lectores saben que no acostumbro a escribir sobre individuos en particular. Otros autores lo hacen mejor que yo. Puede que sea un inevitable sociologismo, pero me acucia más la explicación de los procesos colectivos, anónimos. Aunque hay supuestos en los que intervienen, decididamente, personas concretas. Es el caso de la sucesión al frente del principal partido de la oposición, el PP. Ante tal tesitura, los personajes son verdaderos epónimos, casi instituciones por sí mismos. Así lo exige la situación actual de auténtico desmantelamiento del PP. Por tanto, el relevo en la cúspide del mando equivale a otra refundación del partido.

En la peculiar situación española, la figura que se sitúe al frente del PP no resultará de una elección de los militantes o simpatizantes. Funciona, más bien, un castizo sistema de un tapado, al modo mexicano. Realmente, se trata de una coopción de un primus inter pares por parte de los barones regionales. Aunque parezca extraño, de ese proceso de votación o acuerdo se excluye, ahora, a la baronesa de Madrid, pero esa es otra historia. En la presente situación, el electo es Alberto Núñez Feijóo, el decano de los presidentes regionales del PP y el único que gobierna con mayoría absoluta. Es la tradición de Galicia. Su cargo implica que será el candidato del PP para las próximas elecciones generales, que están al caer.

Como es sólito en tales circunstancias, el nuevo tapado reúne virtudes y contrariedades para la ocasión. El activo principal, aparte de su decanato en el elenco de presidentes regionales del PP, es que Feijóo cuenta con una gran experiencia previa de altos cargos en el Gobierno de España. Ningún otro presidente regional, incluidos todos los partidos, resulta tan ameritado. Claro, que el gallego acarrea algunas rémoras de cierto peso. Por ejemplo, su talante galleguista no va a facilitar la política esperada sobre la política educativa. La cual debería basarse en establecer el uso del castellano como lengua vehicular en todos los grados de la enseñanza. Un contratiempo, derivado del anterior, es que no se espera que Feijóo vaya a colaborar, resueltamente, con Vox en un hipotético Gobierno de la nación. Tal posibilidad es un supuesto necesario para que el candidato del PP pueda ganar las elecciones, que siempre será por la mínima. Feijóo tendrá que corregir su animadversión hacia Vox, un signo que, asimismo, arrastró el anterior presidente del PP. Los celos son malos consejeros.

Cabe un pequeño obstáculo de personalidad, difícilmente, superable. Feijóo mantiene una presentación del yo un tanto hierática. Es una respuesta típica del galaicoparlante, obligado a traducir, mentalmente, cuando se expresa en castellano. Les ocurre, asimismo, a los dirigentes nacionalistas catalanes y vascos. No es un gran obstáculo, pero, hay que tenerlo en cuenta.

Mayor hándicap es la infeliz circunstancia de que Feijóo no es diputado nacional. En consecuencia, tendrá que asistir a las sesiones del Congreso de los Diputados desde la tribuna de invitados. Es una situación incómoda para todos.

Feijóo dio a entender dos condiciones para hacerse cargo de la sustitución del malhadado presidente del PP. La primera es que la extraña sucesión debería resolverse en cuestión de días, no de semanas. La segunda, es que preferiría que no se presentase ningún otro candidato a la elección (mejor, coopción o proclamación) por parte de los pares. Por desgracia, ninguna de las dos exigencias se va a cumplir del todo. La razón principal es que el anterior presidente, defenestrado por sus cofrades, no se tome un día para dimitir, sino treinta. En un mes pueden suceder muchas cosas, y más en plena hecatombe económica y bélica.

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