
Vox representa todo lo que odia la izquierda, un mérito que, por sí mismo, debería suscitar el respeto y agradecimiento de toda la gente normal. En realidad ocurre así, pero los complejos impuestos por la mayoría de medios de comunicación, que han caracterizado a los de Abascal como enemigos de la democracia y a su líder como un Francisco Franco redivivo, han conseguido que si quieres opinar favorablemente de Vox tienes que empezar la frase con un "yo no soy de ultraderecha, pero…".
La entrada de Vox en el Gobierno de la Junta de Castilla y León es una buena noticia por dos motivos. El primero es que, con ellos en el Ejecutivo autonómico, será más difícil que el PP copie las leyes ideológicas de la extrema izquierda como viene haciendo en toda España. De hecho, la presencia del partido conservador en el Gobierno castellanoleonés será el pretexto perfecto para que los de Fernández Mañueco dejen de imitar las idioteces izquierdistas, escudándose en que su socio de coalición no les permite llevarlas a cabo. En realidad, estarán siendo sinceros, porque el seguidismo progre del PP, en la mayoría de los casos, no es un fingimiento estratégico, sino el ejercicio voluntarioso de unos profesionales de la política que quieren caer bien a la izquierda como su máxima prioridad. Créanme, sé de lo que hablo.
El segundo efecto benéfico de la entrada de Vox en el primer gobierno autonómico es que la propaganda apocalíptica de los medios acabará teniendo el mismo efecto que los discursitos estremecidos de Adriana Lastra contra el fascismo: cero patatero. Con los de Abascal en Castilla y León, los niños seguirán escolarizados, los ancianos atendidos, las mujeres defendidas y los inmigrantes legales acogidos con perfecta normalidad.
Pero tampoco nos vengamos arriba: Vox es un partido político y, en consecuencia, una organización que comparte con el resto de formaciones que compiten en el mercado democrático muchos de sus defectos. En última instancia, la política es un terreno poco recomendable si uno quiere mantener un cierto equilibrio mental; no obstante, como en todo, hay grados. Desde esa perspectiva, el partido de Abascal es de lo menos malo de la política nacional, lo cual tampoco es que sea un mérito apabullante dado el nivel de un parlamento que incluye a un partido proterrorista y tiene como figuras de referencia a personajes como Rufián.
Nadie sabe si Vox llegará a gobernar algún día pero, aunque no lo haga, su presencia activa en la política española habrá rendido un gran servicio para equilibrar el disparate continuo de la izquierducha cuando ejerce el poder. Los socialistas deberían estar también agradecidos a Abascal y a su partido, porque gracias a que están desmontando las canalladas de la facción más radical del sanchismo no desaparecerán como les ha ocurrido a sus colegas franceses. Hasta es posible que el PSOE aguante sin disolverse dos o tres legislaturas más.
Diplomado en Relaciones Laborales por la Universidad de Murcia, es columnista de Libertad Digital y director de esRadio Murcia.
