Se han calcinado más de treinta mil hectáreas de bosque, pero según los responsables de la Junta de Castilla y León todo ha funcionado correctamente. Uno entra en el café, en la abacería del barrio o en el quiosco a comprar la prensa y los comentarios que escucha son unánimes. Poco importan el voto de cada cual o sus sensibilidades políticas: la gestión del incendio ha sido nefasta.
En su primera comparecencia, al consejero de Medio Ambiente, señor Suárez-Quiñones, sólo le faltó sostener que la culpa de tanta devastación era de la llama. Y todo por no haberse esperado hasta el 15 de julio, que es cuando en su consejería activan el protocolo antiincendios. Si la realidad no se ajusta a lo planeado, la culpa es siempre de la realidad. Suárez-Quiñones vino a decirlo sin despeinarse, con su traje ceñido y su corbata elegantemente anudada. Juez de carrera, fue subdelegado del Gobierno en la provincia León durante la primera legislatura de Rajoy. De aquella etapa no dejó más recuerdo que su actitud de pisaverde, la escrupulosidad con que repasaba la caída de su flequillo y la indiscreción con que manejaba sus ocios privados.
Cuando la semana pasada el presidente Mañueco acudió en comitiva a enterarse de los destrozos, los vecinos lo abuchearon muy civilizadamente. Se limitaron a proferirle algún que otro insulto y a gritarle "¡Fuera!, ¡fuera!, ¡fuera!". Pero considerando que muchos de los abucheadores se han quedado sin su medio de vida por culpa de la incompetencia de la Administración, no parece una respuesta desproporcionada. El convoy pasó de largo y nadie tuvo la osadía de apearse de su vehículo. Cualquier desgracia lo es menos vista desde un cristal blindado. Por su parte, el vicepresidente señoritingo Juan García-Gallardo, para quien la naturaleza regional se reduce a los jumentos de su club de hípica, seguía a lo suyo, esto es, a papar moscas.
Atrás quedaban los vecinos con su rabia, con su protesta, con su ruina, con su necesidad de reconstruir –y de reconstruirse rápido–, porque a la fuerza ahorcan. El equipo de gobierno cobrará su salario a final de mes, que según parece continúa sin incorporar un complemento por asunción de responsabilidades. La prensa autonómica –dominada con levítico y caciquil puño de hierro por dos señores de integridad manifiesta como José Luis Ulibarri y Antonio Miguel Méndez Pozo– tampoco se molestará en reclamarlas. Mas si en tu ámbito de gestión se ha producido uno de los peores incendios de la historia reciente, salta a la vista que en algo has debido de equivocarte.
Hay una anécdota que ilustra bien a las claras la personalidad de Suárez-Quiñones. Me atrevo a contarla porque la viví con mi familia. Yendo en coche por una calle de las afueras de León, nos lo encontramos de pie, en mitad de la vía, mirándose en el retrovisor izquierdo de su bólido mientras se perfilaba los cabellos con un pequeño peine. Podía haberlo hecho en la parte contraria, aprovechando que daba a la acera y así no obstruía el tráfico. Pero –en paráfrasis del filósofo– los tupés saben de ensimismamientos que la razón ni siquiera atisba.
Hoy, como ayer, la Sierra de la Culebra ha amanecido gris. El viento continúa esparciendo por las zonas limítrofes un recriminatorio olor a quemado. Del bosque no quedan sino quintales de ceniza y no menos nostalgia. Sin embargo, por muy cuantiosas que imaginemos las pérdidas, lo esencial no ha sufrido el más leve contratiempo: el traje azul Klein del consejero Suárez-Quiñones permanece impoluto. Como su indolencia.