Sólo un personaje con una falta absoluta de moral y empatía –y de la más mínima vergüenza, cabría añadir– sería capaz de plantarse en el homenaje a quién quizás fue la víctima más simbólica y llorada de ETA, justo unos días después de pactar con la propia banda terrorista el blanqueamiento de su actividad criminal.
Por supuesto, ese personaje es Pedro Sánchez: este domingo estará en Ermua en el homenaje a Miguel Ángel Blanco, después de toda una legislatura en la que ha contado con los votos de Bildu cada vez que ha sido necesario y tras pactar con los herederos de la banda terrorista nada más y nada menos que la mal llamada Ley de Memoria Democrática, la norma con la que se pretende elevar a los altares de lo legal el blanqueamiento de la historia asesina de ETA.
La Ley de Memoria Democrática es una infamia en sí misma y aprobarla con los que se sirvieron de las pistolas y las bombas lapa durante décadas es añadirle un insulto a todas las víctimas. Si legislar con los votos de Bildu es una vergüenza en cualquier ámbito, algo indecente e inaceptable, en este es más que una indecencia: es un auténtico crimen.
Y a todo ello hay que unirle dos agravantes más que no son poca cosa: la primera es, por supuesto, el propósito último de la ley, que no es otro que expulsar de la democracia –por llamar de alguna forma al régimen que trata de imponer– a más de la mitad de la sociedad española que no traga con las ansias dictatoriales de Sánchez, Podemos y toda la cohorte de liberticidas en las que se apoya. El segundo es hacer todo esto pisoteando estruendosamente la memoria de las víctimas, de aquellos que se jugaron la vida por esta democracia con la que Sánchez y Bildu quieren acabar y la perdieron o la vieron rota, como José Antonio Ortega Lara, cuyo zulo tuvo el cuajo de visitar –la reproducción creada en el Memorial de Víctimas de Vitoria– el presidente después de llamar "fascista" a su partido siete días por semana. Otro ejemplo de la catadura moral de este personaje despreciable.
Pero no es sólo Sánchez: todo el PSOE quedará marcado por esta sucesión de infamias, por este comportamiento repugnante de un individuo sin el menor reparo moral y un partido tan enfermo de sectarismo y con tal ansia de poder que es incapaz de suponer un freno mínimo a los desvaríos de su líder.
Y cuando decimos todo el PSOE nos referimos también, por supuesto, a esos barones que han dejado que Sánchez laminara todos los controles internos y que ahora no tienen la dignidad de plantear una batalla que políticamente quizá no puedan ganar a corto plazo, pero a la que moralmente no podían renunciar sin convertirse en lo que son a partir de ahora: colaboracionistas de la mayor vergüenza de la historia de nuestra democracia, despojos de lo que en su día fue un partido y ahora ha devenido en banda que, en buena lógica, lo pacta todo con otra banda. Está claro que Sánchez no conoce la dignidad personal y no tiene otra ley ética que no sea cumplir su voluntad, pero algunos en su partido no sabemos cómo pueden mirarse al espejo.

