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La república de los cobardes

El independentismo se cuartea a pesar de los flotadores y balones de oxígeno que le proporcionan el Gobierno, el PSOE, el PSC y Unidas Podemos.

El independentismo se cuartea a pesar de los flotadores y balones de oxígeno que le proporcionan el Gobierno, el PSOE, el PSC y Unidas Podemos.
El presidente de la Generalidad, Pere Aragonés. | EFE

"Choque de trenes" era la expresión que se popularizó en los medios de comunicación hace cinco años para referirse al golpe de Estado separatista. Se daba a entender que la Generalidad de Cataluña era una administración pública capaz de enfrentarse con el Estado en igualdad de condiciones, como si lo que se iba a producir no fuera el choque entre un convoy con cientos de vagones tras la locomotora y una vagoneta de tracción manual. La Generalidad destinó miles de millones de euros en una época de duros recortes sociales a difundir la especie de que había preparado tantas y tales "estructuras de Estado" que el día después de la independencia todo funcionaría, como mínimo, al nivel de Suiza o Dinamarca. Miles de caraduras comandados por el inaudito Artur Mas y el no menos inverosímil Carles Viver Pi-Sunyer, exvicepresidente del Tribunal Constitucional que presidió el "Consell Asesor para la Transición Nacional", se forraron con el "Procés".

Aquel "Consejo Asesor" redactó papeles sobre un ejército catalán y un centro de inteligencia, sobre la diplomacia catalana o sobre planes para controlar el territorio y garantizar los suministros y servicios esenciales, entre otros temas. Eran los fundamentos del nuevo Estado. El tal Viver Pi-Sunyer, el jurista de la asonada, ni siquiera fue inculpado y sigue disfrutando de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y de la Medalla de la Orden del Mérito Constitucional, entre otras condecoraciones nacionales y regionales.

De magines como el del susodicho Viver o el de Santiago Vidal, otro juez que iba por las fiestas de los pueblos catalanes pregonando que la Generalidad tenía los datos de todos los habitantes de Cataluña y estaba perfectamente preparada para gobernar una república fetén, salió la teoría de que la independencia era coser y cantar mientras La Vanguardia, TV3 y demás medios catalanes pregonaban las excelencias de la inminente república catalana y sometían a la población a una manipulación propagandística sin precedentes. El independentismo se convirtió en una necesidad vital para cientos de miles de personas, que fueron echadas a las calles por personajes como Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, tipos a los que el proceso separatista o atrabiliarias circunstancias situaron en el centro del foco y que fueron convertidos por los medios afectos y pagados en verdaderos gigantes de la política mundial.

Pero no eran gigantes y ni siquiera había molinos. Las "estructuras de Estado" eran los medios y los Mozos de Escuadra, 17.000 hombres armados en el momento de los hechos. Tanto los medios como la policía autonómica fueron exprimidos al máximo en el golpe de Estado, pero no fue suficiente para derribar al Estado, que se personó en el "choque de trenes" con cinco mil agentes entre policías nacionales y guardias civiles, un discurso del Rey y más de un millón de personas en la manifestación del 8 de octubre de 2017. El orden de los factores no es lo más importante.

Cinco años después de todo aquello no se ha subrayado lo suficiente que ninguno de los promotores de aquel desastre estuvo en primera línea en el día de autos, el 1 de octubre. A pesar de la profusión de imágenes de las votaciones, en ninguna de ellas aparecen Puigdemont o Junqueras plantando cara a los agentes. De todos los consejeros del gobierno regional, sólo la fugada Clara Ponsatí se vio involucrada en un incidente con la Policía Nacional en un centro de votación. Iba acompañada de una escolta armada de los Mozos. Salvo ella, que luego dijo en tono crítico que iban de farol, ninguno de los golpistas, ni siquiera los más radicales y bravucones de la CUP, tuvo el cuajo de apoyar a los ciudadanos independentistas que se enfrentaron con los agentes en la creencia de que todo estaba listo para la proclamación, instauración y permanencia de la república catalana.

Puigdemont, por ejemplo, evitó votar en el polideportivo donde lo hacía habitualmente porque había presencia de la Guardia Civil en las inmediaciones. Prefirió montarse una película dirigida por los Mozos con cambio de coche incluido bajo un puente y votar, un decir, en otro lugar. Por otra parte, cualquier parecido de aquello con una votación sería pura coincidencia. Los independentistas se regodean con el hecho de que el Estado no pudo interceptar las urnas, pero jamás se refieren a que la Guardia Civil tumbó todos sus sistemas informáticos, convirtiendo la recopilación y recuento de votos en un puro montaje.

Las cosas podrían haber sido diferentes si Puigdemont y Junqueras, entre algunos otros, hubieran estado a la altura de sus arengas, sobre todo por el factor de que el Gobierno estaba presidido por Mariano Rajoy, dirigido por Soraya Sáenz de Santamaría y apoyado, según ha presumido en el Senado, por Pedro Sánchez. Con semejantes peones, un gesto de coherencia y valentía de los golpistas podría haber complicado sobremanera la situación. Además, no es descabellado aventurar que Junqueras se podría haber librado de la cárcel y que Puigdemont podría seguir siendo el presidente de la Generalidad si después de todos aquellos hechos se hubieran convocado elecciones autonómicas en vez de proclamar la república de los idiotas impulsada en el Twitter por Gabriel Rufián. Tal es el nivel.

A día de hoy, el segundo de Junqueras y presidente de la Generalidad, Pere Aragonès, dice que no va a la manifestación del 11 de septiembre porque va contra él en vez de contra el Estado malayo. Los dirigentes de ERC han abrazado el pragmatismo tras haber empujado a la sociedad de Cataluña al abismo. Ahora quieren "dialogar". La división en el separatismo es radical. El segundo partido más votado, ERC, se enfrenta al tercero, Junts per Catalunya (JxCat), que es partidario de liarla otra vez pasado mañana, aunque no abandona el Govern del autonomismo, que es un pesebre extraordinario. A nadie más que a ERC le satisfaría que la manifestación del 11-S en Cataluña sea una boñiga. El partido más votado en las últimas elecciones autonómicas, por cierto, es el PSC, que avala con entusiasmo la erradicación del idioma español en las escuelas catalanas.

El independentismo se cuartea y eso sucede a pesar de los flotadores y balones de oxígeno que le proporcionan el Gobierno, el PSOE, el PSC y Unidas Podemos. El odio que los independentistas se profesan entre ellos es el dique de contención contra su plan. Sólo un puñado de entidades como Asamblea por una Escuela Bilingüe, Convivencia Cívica Catalana, S'ha Acabat, Impulso Ciudadano o Sociedad Civil Catalana les planta cara. En ERC confían en poder seguir con el "diálogo" aunque cambie el Gobierno y manden PP y Vox.

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