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Antonio Robles

El suicidio de Occidente

La ciencia nos da hoy posibilidades para lograr energía abundante y barata, pero nos hemos empeñado en convertirlo en un bien escaso y caro.

La ciencia nos da hoy posibilidades para lograr energía abundante y barata, pero nos hemos empeñado en convertirlo en un bien escaso y caro.
La excanciller alemana, Angela Merkel, junto a Vladimir Putin en el palacio Meseberg. | EFE

Resulta sorprendente evidenciar que dos decisiones occidentales, el impulso de la globalización y la cultura del calentamiento global (ahora cambio climático) han resultado letales para sí, pero muy ventajosas para sus rivales económicos en el mundo, sobre todo para China y Rusia a partir de la invasión de Ucrania.

La pandemia del coronavirus nos puso en evidencia la primera: la deslocalización de empresas occidentales ha arruinado parte importante del tejido productivo occidental, y enriquecido a países rivales. La industria textil es sangrante. Pero lo que no sabíamos, y la pandemia nos lo dejó al descubierto, es que buena parte de la producción de alta tecnología surgida inicialmente de la investigación occidental, ha acabado monopolizada por otros países haciéndonos dependientes de ellos. Taiwán, Corea del Sur y China acaparan el 87% del mercado mundial de microchips, y China lidera la producción de semiconductores del mundo.

La guerra de Ucrania y la crisis del gas como arma de guerra ha dejado en cueros a Occidente por su empeño en jugar a las muñecas con el cambio climático, satanizar a la energía nuclear y sobrevalorar a las energías renovables cuando aún no tenemos ni una previsión temporal de su capacidad para sustituir a las energías fósiles. Ante el primer contratiempo serio, el chantaje del gas y petróleo ruso, toda la literatura adolescente de un mundo limpio nos ha caído encima con la amenaza de la pobreza económica y un invierno gélido. Y de fondo, la guerra coma salida.

Lo paradójico, o incluso aterrador, es que la escasez actual de microchips que está parando parte de nuestra industria, y la dependencia energética que amenaza a nuestro bienestar, incluso a nuestra seguridad, aparecen como si no hubiera habido durante estos últimos tiempos ninguna inteligencia previsora nacional, ni supranacional, que controlase la entropía que nos ha traído hasta aquí. Y en aquel sector que parece que lo ha hecho, en el de los coches eléctricos para evitar el CO2, sólo ha servido para ponernos la soga al cuello.

Lo único evidente de este suicidio colectivo occidental es que, a quienes queríamos sancionar económicamente para reducirlos a nuestra voluntad, son los que ahora tienen la llave de nuestro gas y de nuestra economía, Rusia y China. No he visto negocio más ruinoso.

Posiblemente la nación más suicida haya sido Alemania al haber entregado el 55 % de toda su energía al gas ruso, previa eliminación de sus centrales nucleares.

Los males en Europa empezaron con los Verdes alemanes que, a lomos de valores positivos, el ecologismo, el pacifismo, feminismo, el desarrollo sostenible, etcétera, acabaron por condicionar tanto a la socialdemocracia alemana (SPD) como al CDU. De hecho, y antes de tener representación parlamentaria, se presentaron a la elecciones tras la caída del muro de Berlín en 1989 con el lema: "Todos hablan de Alemania. Nosotros hablamos del clima". El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones mal gestionadas.

Más allá de los errores y las virtudes de Occidente, la evidencia es que la ciencia nos da hoy posibilidades para lograr energía abundante y barata, pero nos hemos empeñado en convertirlo en un bien escaso y caro. ¿En nombre de qué? De una sociedad ociosa y frívola, síntomas de una sociedad decadente. Mientras que en Occidente nos hemos convertidos en una orden religiosa de hermanitas descalzas para no dañar al planeta, India, China, Rusia e Irán emiten CO2 como si no hubiera un mañana. Y vamos en la misma nave, solo que Occidente navega solo con agua bendita y sin paracaídas.

No busquen, por favor, teorías conspirativas. ¿Qué necesidad tenemos de recurrir a teorías conspirativas si podemos explicar nuestros errores por una clase política cortoplacista y lamentable y una sociedad adolescente que no sabe de dónde procede su bienestar? Y a falta de estímulos fuertes, ahí está la cultura queer y el ramalazo inquisitorial de la moda de la cancelación. ¡Que se pongan a temblar rusos y Chinos con su gas y su control de las materias primas y las deudas de ¾ partes del mundo!

Pobre Oswald Spengler, tanto esfuerzo ilustrado para que los hijos ociosos de Occidente mancillen su decadencia.

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