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Feijóo el derogador

La izquierda legisla y la derecha se lo conserva con miedo cerval.

La izquierda legisla y la derecha se lo conserva con miedo cerval.
Alberto Núñez Feijóo. | EFE

Aunque con la izquierda acorralada todo pronóstico es arriesgado, parece que el monstruo político creado por Pedro Sánchez en las mazmorras de la incompetencia empezará a tropezar en mayo y terminará de caer con estruendo cuando quiera que sean las próximas elecciones generales, antes de diciembre de 2023. Otra cosa es cómo esté España para entonces.

A Alberto Núñez Feijóo, sean cuales sean los números que le lleven al gobierno, le dejan en herencia un erial económico y social, un páramo calcinado, arcas vacías, colas infinitas de acreedores, instituciones infiltradas, entes asaltados y un ambiente social irrespirable, tóxico. En definitiva, una bienvenida a la altura de los que se van: comunistas bolivarianos, separatistas con cuadros condenados por un golpe de Estado en Cataluña, el partido de la ETA que ahora se llama Bildu y, en el vértice, la peor versión del PSOE, tanto en ideas como en preparación. Juntos son el gobierno de coalición que no eligieron los españoles pues todas y cada una de las alianzas que sostienen hoy a Sánchez fueron negadas vehementemente por el propio Sánchez en campaña electoral. En España se miente sin apenas riesgo.

En el terreno económico el PP acostumbra a acertar de primeras. Suele corregir bien los desmanes manirrotos de la izquierda manejando impuestos, reduciendo partidas o aplicando políticas de incentivación económica que desregularicen o liberalicen el mercado. El mal es bien conocido porque se aparece como las caras de Bélmez en muchos ayuntamientos, sobre todo en los deficitarios: todo alcalde quiere dejar su huella, su placa honorífica, su polideportivo, pero nadie quiere dedicarse a lo imprescindible: reducir deuda, ahorrar para pagar, abaratar la vida al ciudadano. Y el mal persiste y se multiplica hasta que alguien se atreve a romper el maleficio. Corrupciones aparte, que las hay, el PP suele ser más fiable en esa gestión.

Lo malo es que se topen con alguna partida o chiringuito que tenga eso que llaman "carga social", bombas de relojería que paralizan al pepero ordinario con valores de fábrica y lo dejan como un zombi sin voluntad, o sea, de nuevo a merced de la izquierda. Esos regalitos trampa suelen quedarse en los cajones a la espera del olvido, de alguna idea feliz o como inevitable mácula dentro de una actuación que suponen digna de encomio. Nunca aprenderá la derecha que las miguitas que no se barren marcan el retorno del que las fue arrojando.

Pero el verdadero problema se presenta cuando el PP, recién llegado al poder, tiene que abordar la legislación ideológica de la izquierda. Entonces llega la parálisis permanente, sin pizca de aquella gracia. La izquierda legisla y la derecha se lo conserva con miedo cerval. En caso de que la derecha consiga legislar —Plan Hidrológico Nacional—, la obra durará hasta que vuelva la izquierda, que demolerá sin miramientos porque para la izquierda sólo merece rango de Ley aquello que convenga a su doctrina. Y la derecha nunca conviene ni es siquiera soportable, sobre todo desde la II República, santificada etapa que sentó las bases de esa exclusión que ahora reaparece con fuerzas renovadas y hasta con las alianzas intactas.

A Feijóo le esperan leyes que atentan contra los principios básicos de la democracia como la Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre, de garantía integral de la libertad sexual, conocida como la Ley del "sólo sí es sí", que derriba pilares como el de la igualdad ante la Ley. También le darán la bienvenida desde la Ley de Memoria Democrática, que decreta la duración del franquismo hasta que llega Felipe González, anula la Transición democrática, perdona y borra a ETA y persigue la opinión con un fiscal especial, vulgo inquisidor. Y cómo olvidar la Ley para la Igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos LGTBI, conocida como Ley Trans, que directamente niega la biología. Y englobando todo lo anterior para que la doctrina perfunda convenientemente desde la infancia, la LOMLOE o Ley Celaá, el catecismo de la granja marxista, amén de pingüe negocio editorial. Y otras tantas normas, decretos y demás farfollas que levantan el Muro de siempre. Lo de la "batalla cultural" no es capricho. Sin zapadores no hay infantería que avance.

El reparto de papeles entre la escuela Feijóo y la escuela Ayuso está bien como guiño en momentos de poca enjundia, pero los tiempos requieren ya reparto de responsabilidades y muestras de cierta firmeza o, al menos, de intenciones decididas. Por ejemplo, la reunión de Feijóo con Ana Losada, presidenta de la Asamblea por una Escuela Bilingüe, es muy buena noticia, pero sigue siendo necesario expulsar a los supremacistas —"xenófobos" y "racistas" los llamó el Sánchez pre-bótox antes de encamarse con ellos— porque el "bilingüismo cordial" no es posible con nacionalistas en el poder. No se trata de lenguas sino de devolver lo robado y restaurar lo violado. Y eso supone que familias enteras puedan volver a sus casas para estudiar, trabajar o vivir sin miedo a usar el español. Dejémoslo en vivir sin miedo.

Lo urgente no es la cordialidad sino la restauración de la Ley. El paso de Feijóo con Losada "sin enmiendas" y durante más de dos horas podría ser el inicio de una sabia rectificación extraordinariamente necesaria. De momento están las palabras, veremos las acciones.

Derogar también es construir. De hecho, tras el paso de la extrema izquierda, sin lo primero es imposible lo segundo. Todos los males que nos lastran los trajo José Luis Rodríguez Zapatero y se conservaron pese a la abultada mayoría absoluta de Mariano Rajoy. No cumplió su promesa de derogar la doctrina del PSOE, no barrió las miguitas que trajeron de vuelta a Zapatero con forma de Pedro Sánchez. Al final Rajoy dimitió porque era "lo mejor para mí, para mi partido y para España". El orden de los motivos fue su mejor epitafio político. La izquierda lo sabía de sobra y por eso estaban tan convencidos de la moción Gürtel.

Ahora, superado el estrepitoso fracaso del casadismo y el teodorismo, es más que posible —insistamos en las cautelas ante una izquierda que se ve perdedora— que el PP gane las próximas elecciones generales y que pueda gobernar con apoyo de Vox, cuya responsabilidad, por cierto, será la más alta desde su nacimiento.

Desde luego, Feijóo debería estar pensando ya en la forma de apartar todo obstáculo ideológico socialista —son leyes, no literatura— porque a quien debe lealtad cualquier gobernante democrático es a la Constitución, nunca al BOE del gobierno saliente. Si se rinde es posible que también llegue a La Moncloa, pero jamás ejercerá el Poder.

Feijóo tendrá más trabajo quitando que poniendo. Es necesario. Es lo primero.

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